Queridos niños y niñas:
La celebración del Día del Niño es, con toda razón, una verdadera fiesta en México, por la alegría de celebrar, en ustedes, el gran regalo que Dios nos ha dado. Jesús, el Hijo de Dios, vino a compartir nuestra vida y se hizo niño como ustedes, es decir, que él, desde el seno de su Madre la Virgen María, recorrió y consagró el camino de la vida humana a partir de su concepción, nació y alegró, sin duda, el hogar de la Sagrada Familia de Nazaret.
Este día queremos darle gracias por ustedes a Dios nuestro Padre, porque Él los ha creado, es más, si alguien se preocupa por ustedes, por su dignidad, su salud, su integridad, es Él mismo. El Señor Jesús, el Hijo de Dios, fue muy severo para con quien lastime a un niño, sea quien sea; por eso hoy reafirmamos que todos debemos hacer nuestro este cuidado de Dios y reiterar la condena a todo maltrato, abuso o asesinato de un niño en cualquier etapa de su vida.
Como familia de Dios, la Iglesia no olvida que Cristo nos ha puesto a los niños como ejemplo, modelo-maestro de sencillez evangélica, que nos abre las puertas del Reino de Dios. El Señor fue claro en su advertencia: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impida… (Lc. 18,16). Y también dijo: “El que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Lc. 18,17). Así nos mandó a los adultos darles un espacio prioritario en nuestro trato, respetando en cada niño la inocencia que le hace contemplar el Rostro mismo de Dios.
Es deplorable que un solo niño sufra y es también una gran injusticia contra Dios. Él es el primero a quien se ofende cuando alguno de ustedes es lastimado de cualquier manera. Pero no podemos quedarnos en lamentaciones o tristezas, sino que debemos comprometernos ante Dios a transformar esta realidad que impide la vida y la dignidad de los niños, su integridad en el ambiente de las familias, la Iglesia y la sociedad. Nuestra tarea, desde la fe, debe llevarnos a una auténtica conversión hacia el “Evangelio del Niño”. En este Evangelio descubrimos que el niño, todo niño, es una Buena Nueva que hemos de acoger, con corazón agradecido, tanto los padres como quienes tenemos la misión de apoyarlos a fin de que cumplan fielmente su responsabilidad y derecho de acogerlos, cuidarlos y educarlos en el amor de una familia.
La conversión implica en primer lugar la transformación de los corazones abriéndolos al Evangelio, pero también a transformar la familia, la Iglesia y la sociedad, para que todos y juntos, viviendo la virtud del perdón y la reconciliación junto con el compromiso de cambiar las actitudes e instituciones, asegurar a todos los niños mexicanos un cuidado del que Dios mismo es el garante y custodio.
Con sinceridad, en nombre de Jesucristo, les manifestamos nuestro amor y les aseguramos, que todos los que formamos la Iglesia Católica, como discípulos y misioneros, lucharemos siempre por promoverlos, apoyarlos y ofrecerles la educación integral que los capacite para una vida digna, íntegra y feliz. Asumimos el imperativo de Jesús vivo de hacernos prójimos, siguiendo su testimonio de recibir con amor, cariño y respeto a los pequeños, a ustedes los niños (Cfr. D. A. 135).
Les pedimos se esfuercen por asumir en su corazón aquellas cualidades y virtudes que van aprendiendo, que busquen a Jesucristo como el mejor amigo; conózcanlo, ámenlo y denlo a conocer a sus compañeros y aún a sus propios padres, de tal manera que sean verdaderos evangelizadores para ellos y para todos nosotros sus hermanos.
Con gozo imploramos la bendición sobre ustedes al enviarles esta nuestra felicitación: que el Señor les conceda crecer en edad, sabiduría y gracia.
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