El 25 de marzo de 1910 es la fecha de fundación del Apostolado de Jesús Eucarístico y el 16 de abril de ese año el Arzobispo de México, José Mora y del Río, bendice e inaugura el Colegio del Santísimo Sacramento. A partir de entonces toda la vida de María del Refugio girará en torno a la comunidad y la escuela, alimentando su espíritu con la Comunión cotidiana y la adoración al Santísimo, y desbordando su caridad en quienes la rodean, interesándose por el bienestar espiritual y moral de los educandos y sus familias, concediendo educación gratuita a quienes no la pueden pagar, dando calor de hogar a los huérfanos y abandonados, consolando a los afligidos, albergando a los perseguidos, dando de comer y de vestir a los pobres.
El fundamento de su proyecto educativo es que en el centro de todas las ciencias está Dios y que no hay auténtica vida cristiana sin la participación eucarística y la protección de María. En otras palabras, ir más allá de lo académico, haciendo del aprendizaje una experiencia mística que nos descubra y haga gozar y agradecer la presencia y la grandeza de Dios.
En sus escuelas se impartirá una educación ordenada e integral, útil y que satisfaga los programas oficiales, empleando en todo los métodos más avanzados de la pedagogía, formando en los educandos hábitos de bien obrar y enseñándoles a gobernar las pasiones por medio de la voluntad, para que bien ordenadas y ayudadas de la gracia recibida en la comunión eucarística, los conduzcan al bien. Para formar el intelecto atenderán al desarrollo simultáneo de todas las facultades humanas y despertarán el gusto por el trabajo. Y para educar en la moral, buscarán el remedio para todo en la ley de Dios, en la oración y en los sacramentos, especialmente en la Sagrada Eucaristía. Así mismo, infundirán la urbanidad, el lenguaje castizo y pulcro, y los hábitos sociales de las personas cultas, que facilitan el acceso a una sociedad civilizada. Para descansar del trabajo intelectual: ejercicios gimnásticos, alimentación nutritiva, baños frecuentes, excursiones y paseos. La vigilancia preventiva es otra de las características, haciendo ver a las religiosas que son responsables ante Dios de la pureza de los niños y que por lo mismo deberán evitarles las ocasiones de pecado.
La fundación del Instituto coincide con la caída del gobierno de Porfirio Díaz. Un gobernante aferrado al poder y las condiciones de opresión y miseria en que vivía un sector mayoritario de la población, fueron el detonante de una revolución que dejaría cientos de miles de muertos y que acabaría con la economía productiva, agudizando la pobreza de las masas. A la par, la Iglesia sería cruelmente perseguida, sus ministros encarcelados y desterrados, sus bienes confiscados, sus establecimientos benéficos clausurados y todo lo largo del territorio nacional bañado con la sangre de los mártires.
El general Díaz fue obligado a renunciar, embarcándose el 31 de mayo de 1911 con destino a Europa. Francisco León de la Barra se hizo cargo del gobierno interino y el 6 de noviembre de ese año Francisco I. Madero iniciaba un período presidencial caracterizado por luchas agrarias y enfrentamientos entre líderes revolucionarios ávidos de poder. El 9 de febrero de 1913 hubo una sublevación militar que desencadenó diez días de intensos y sangrientos combates en la ciudad de México, terminando el martes 18, al desconocer el general Victoriano Huerta al Gobierno, mandando aprehender y fusilar al Presidente Madero y al Vicepresidente Pino Suárez. El saldo es de más de dos mil muertos y seis mil heridos. Durante esos días María del Refugio improvisa un puesto de socorros y ahí, ayudada de sus compañeras y dos médicos amigos, atiende a los heridos. Por los levantamientos y las guerras fratricidas escasean los alimentos. María del Refugio organiza colectas de víveres y ropa que luego reparte entre familias pobres, llegando a contarse, en 1915, cerca de cuatrocientas personas las que acuden diariamente a las puertas del colegio y a todas se les da de comer. Por todos estos servicios la Asociación Mexicana de la Cruz Blanca Neutral le concedería, años más tarde, una mención honorífica.
El año 1917 inicia con la promulgación de una nueva Constitución (5 de febrero), que negaba personalidad jurídica a la Iglesia y a los sacerdotes sus derechos ciudadanos, desconocía las comunidades y los votos religiosos, proscribía la educación confesional, prohibía el culto público fuera de los templos y los bienes eclesiásticos pasaban a ser propiedad de la nación; aunque, si bien es cierto, el Presidente Carranza permite el regreso de los obispos desterrados, tolera el ejercicio del ministerio sacerdotal y que las congregaciones religiosas continúen atendiendo escuelas y hospitales.
El Colegio del Santísimo Sacramento se cambia a una villa en la Avenida Chapultepec 183. Estaba en condiciones deplorables y resultaba pequeña, por lo que de inmediato se emprenden algunas mejoras y ampliaciones. Las Hermanas habrían de pasar varios años entre albañiles, plomeros y carpinteros; cada semana con el apuro de cómo pagar la raya, habiendo días en que amanecían sin un centavo, confiando tan sólo en la Providencia. Al finalizar los albañiles el trabajo del día, María del Refugio reza con ellos el rosario, les dirige el ofrecimiento de flores a la Santísima Virgen y en cuaresma les hace sus ejercicios espirituales. A los amancebados los motiva para que se casen por la Iglesia, preparándolos antes para los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía. Y para promoverlos humanamente, a los analfabetas los enseña a leer.
María del Refugio tiene amistad con algunos obispos, entre ellos el de Tulancingo, José Juan de Jesús Herrera y Piña, quien desde 1914 se había interesado por la comunidad, visitándola y aconsejándola. Posiblemente es él quien sugiere soliciten al arzobispo Mora y del Río les nombre un director que las oriente y organice canónicamente. A finales de 1918 se presenta fray Alfredo Scotti, mercedario, con orden de constatar el estado que guarda la comunidad. Hasta entonces la vida de la comunidad se ha desarrollado familiarmente, normándose sólo por un reglamento muy sencillo que ordenaba los horarios y definía las responsabilidades para cada uno de los cargos y oficios. La jornada comenzaba a las cuatro y media y concluía a las nueve de la noche, habiendo tiempo para la santa misa, la adoración eucarística, la oración comunitaria, meditación, lectura espiritual, examen, enseñanza u otros trabajos, aseo de salones, alimentos y recreaciones.
Hacían falta constituciones, directorio y ceremoniales. María del Refugio redacta los borradores, en los que define su ideario de vida religiosa. Según ella, esta comunidad eucarística es una familia y como en todo hogar, hay un orden y un respeto que guardar, establecido en sus reglas y horarios, así como en el trato cordial y educado, indispensable para la convivencia filial y fraterna, que habrá de manifestarse en armonía entre los miembros y en alegría. Señala la bondad, la urbanidad, la paciencia, la humildad, como elementos que deben existir para que las relaciones en toda familia sean constructivas y fraternas. Pero sobre de éstos, el amor y el perdón.
El Apostolado de Jesús Eucarístico tenía tres miembros el día de su fundación; en enero de 1919 eran quince y un año después veintisiete. Entre las señoritas que por ese tiempo ingresaron a la comunidad, se encontraba María (Refugio) Cancino, quien hasta entonces había llevado la vida ordinaria de una seglar. En agosto de 1920 resuelve ingresar al Instituto fundado por su madre y el 12 de octubre toma el hábito, recibiendo en religión el nombre de María Teresa.
El aumento de personal es motivo para que la comunidad inicie su expansión. La primera casa filial es la de Popotla, cuyo colegio fue inaugurado el 2 de febrero de 1919. Cinco meses más tarde se abre la segunda, en San Luis de la Paz, y en diciembre una en Real del Monte. Siguen otras en Jalapa, Sayula, San Luis Potosí, Monterrey, Saltillo, Toluca y Tacubaya. En algunas de estas fundaciones se vive en suma pobreza, careciendo incluso de alimentos. María del Refugio, sin embargo, está conforme con las precarias condiciones, recordando aquella máxima de Santa Teresa, de que “todos los principios son penosos” y con la convicción de que, una vez comenzado algo, debe continuarse, sin importar las dificultades que puedan presentarse, siempre y cuando sea voluntad de Dios y de los Superiores.
En vista del número de casas y de miembros y de que ya todo está bien organizado, el Arzobispo Mora y del Río pone en manos del Padre Scotti la solicitud de aprobación diocesana del Apostolado de Jesús Eucarístico, junto con las cartas de recomendación de varios obispos, para que las lleve personalmente a Roma. La Sagrada Congregación de Religiosos encuentra todo bien preparado, por lo que concede, el 15 de junio de 1922, el permiso de erección canónica, cambiando el nombre de la comunidad al de Apostolado del Santísimo Sacramento. Las Constituciones sufren algunas modificaciones, que si bien no cambian la esencia del Instituto, sí amplían su fisonomía espiritual. El fin seguiría siendo el mismo que las había congregado y para el cual fueron aprobadas y erigidas: la santificación de sus miembros por la práctica de los consejos evangélicos y la extensión del reinado de Jesús Eucarístico en todas las clases sociales, enseñando a través de la educación cristiana de la niñez y juventud, que Jesús Sacramentado es el centro de todas las ciencias. En los patronos hay añadiduras: junto a la advocación guadalupana incorporan la de la Virgen de la Merced, y entre los santos protectores, junto a San José, San Miguel Arcángel, San Pascual Baylón y Santa Teresa de Jesús, aparece San Ramón Nonato, el santo mercedario de la Eucaristía.
La comunidad va tomando un matiz mercedario. En agradecimiento a la Virgen Redentora de cautivos, María del Refugio solicita la agregación a la Orden, misma que les es concedida el 11 de julio de 1925, siendo desde entonces conocidas como Religiosas Eucarísticas Mercedarias y desde 1948 como Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento. Por esta devoción las Hermanas están llamadas a participar del dolor maternal de María, asociado al misterio redentor de Jesús, y a colaborar con actos heroicos de amor y caridad para rescatar al hombre de sus cautividades modernas y así salvar sus almas.
Los ataques del Gobierno contra la Iglesia son cada vez más frecuentes. El 30 de noviembre de 1924 toma posesión como Presidente de la República Plutarco Elías Calles, quien en febrero de 1925 promueve un cisma, con el fin de instituir una religión dependiente de la autoridad civil. Y en febrero de 1926, la prensa atribuye a Monseñor Mora y del Río unas declaraciones contra la Constitución de 1917, que sirven de pretexto para desencadenar la brutal persecución religiosa. Esa misma semana la mayoría de los colegios católicos son clausurados. Para su reapertura, el Gobierno reclama el cumplimiento de lo estipulado en la Constitución, que en su artículo tercero, dispone: “Las corporaciones religiosas, los ministros de cultos, las sociedades por acciones que, exclusiva o predominantemente realicen actividades educativas, y las asociaciones o sociedades ligadas con la propaganda de cualquier credo religioso, no intervendrán en forma alguna en planteles en que se imparta educación primaria, secundaria y normal y la destinada a obreros o a campesinos”. Los obispos conminan a los directores de los colegios católicos a que firmen las declaraciones en las que se comprometen a observar cabalmente el artículo tercero constitucional. Todos firman, excepto el Padre Juan Carranza y las Hermanas del Apostolado del Santísimo Sacramento. María del Refugio no podía, en conciencia, sujetarse a una ley que atentaba contra Dios y contra la libertad del hombre. Consulta a Monseñor Crespi, Secretario de la Delegación Apostólica, quien opina que la Santa Sede preferiría que dejaran los colegios antes que transigir con lo estipulado por las autoridades civiles. Pero el Vicario General del Arzobispado, Maximino Ruiz y Flores, le dice que no debe rebelarse a las disposiciones superiores; esto disipa las dudas y con repugnancia cede, haciendo que una seglar firme por ella. Las clases reinician el martes 27 de abril, pero el crucifijo y las imágenes religiosas permanecen en las paredes de las aulas del Colegio del Santísimo Sacramento, porque María del Refugio considera que los símbolos de la fe son parte esencial del medio ambiente que debe imperar en sus establecimientos.
El jueves 27 de mayo se presentan a las puertas del Colegio del Santísimo Sacramento dos agentes de la Secretaría de Gobernación con orden de cateo. Encuentran a las Hermanas portando sus hábitos. Pistola en mano recorren la casa, revisando hasta por debajo de las camas, pues -según dicen- tienen orden de disparar “sobre cualquier cura que encuentren”. Para evitar una profanación, María del Refugio toma el Santísimo Sacramento y llevándolo bajo el manteo los acompaña por toda la casa, al tiempo que les habla, con energía y valor, dándoles respuestas, como: “No temo que ustedes me cierren, como dicen, los oratorios, porque el oratorio que llevo en el corazón, ese sí que no lo podrán cerrar”. Escenas similares se repetirían continuamente en los años venideros.
El 2 de julio de 1926 el Presidente de la República promulga una ley que reglamenta el ejercicio de los cultos, sujetando el ministerio espiritual al poder civil. La aplicación de la llamada “Ley Calles”, comprende la expulsión de sacerdotes extranjeros, prohíbe la prensa católica, censura la correspondencia, penaliza incluso la práctica religiosa en privado, y dispone el cierre de los colegios confesionales, los seminarios diocesanos y las instituciones de beneficencia asistidas por religiosas. El Episcopado responde con una carta colectiva en la que comunica la decisión de suspender el culto público en todos los templos del país, a partir del 30 de ese mes. La clausura de los Colegios Eucarísticos es inevitable. El 15 de julio es el último día de clases en Avenida Chapultepec, aunque algunas Hermanas continuarán instruyendo subrepticiamente, reuniendo grupos de niñas en casas de familias.
Hacía tiempo que viendo cómo la cuestión religiosa en México se complicaba, María del Refugio había pensado abrir casas en España e Italia como medio para conservar la vocación de sus religiosas y la vida del Instituto. El primer paso fue una fundación en Placetas, Cuba, en septiembre de 1925, que serviría de puente a las Hermanas destinadas a las fundaciones ultramarinas. Luego tramita una fundación en El Salvador y el traslado del noviciado a Oklahoma, en los Estados Unidos. En La Habana abre otro Colegio Eucarístico (6 septiembre 1926) y de España le proponen abrir una casa en las Provincias Vascongadas, fundación que lleva a cabo luego de que en comunidad hiciera los Siete Domingos a Señor San José encomendándole el asunto. La superiora general y las consejeras permanecerían en México, saliendo temporalmente de su convento para refugiarse en los sótanos de una casa vecina, desde donde seguirían gobernando el Instituto.
En los primeros meses de esta persecución religiosa, María del Refugio había recibido una carta del Maestro General de la Orden de la Merced en la que la alentaba y compadecía por la crítica situación por la que pasaba la Iglesia en México. Por el mismo conducto escribía fray Luis Márquez Eyzaguirre, ofreciendo sus servicios para conseguir una fundación en Chile, su tierra natal, la que María del Refugio no dudó en aceptar. El contacto con algunos mexicanos en Lovaina y Estados Unidos, motivaron al Padre Márquez a hacer un viaje a México (1928) para ver por sí mismo la situación por la que pasaban los católicos. Se embarcó en el “Alfonso XIII”, llegando a Veracruz el 11 de marzo. En el vapor trabó amistad con un joven norteamericano; viendo providencial su compañía para despistar a los agentes, lo invitó a proseguir el trayecto juntos hacia la capital mexicana. El encuentro con María del Refugio lo calificó Márquez como la impresión más grande de su vida. Se hospedó en la Avenida Chapultepec, permaneciendo en la ciudad de México durante un mes, ocasión que aprovechó para proponer otras fundaciones: Cartagena en Colombia y Caltanissetta en Italia, que se realizarían, pero con no pocos contratiempos.
A raíz de la persecución religiosa la Congregación había iniciado su expansión en el extranjero. Hacia 1929 funcionaban con dificultades y penurias el noviciado de Oklahoma, dos colegios en Cuba, uno en la República de El Salvador, otro en Chile, otro en España, otro en Colombia y uno más en Italia. En México quedaban el gobierno general y los colegios de la Colonia Roma, Coyoacán y San Luis Potosí. La casa de Chapultepec estaba denunciada como escuela católica desde 1924, constando en el acta la existencia de una capilla. Desde 1926 había dejado de funcionar el colegio y a la fecha la habitaban únicamente el Consejo General y algunas niñas. Otras dependencias estaban ocupadas por familias o permanecían desocupadas. Pero la clausura del establecimiento y el alquiler de los departamentos, no lograron terminar con las frecuentes inspecciones de los agentes del Gobierno y el resultado de los cateos confirmaba la existencia de una comunidad religiosa. Previendo lo peor, María del Refugio hace demoler la capilla, para que, en caso de expropiación, no fuera profanada. Cuando ya la causa estaba perdida, alquila una casa en Coyoacán, que pasan a ocupar el 8 de septiembre de 1930, al ser despojadas del único inmueble que poseían y que habían adquirido con tantos afanes y sacrificios. Jamás se quejaría ni hablaría mal de quienes se apropiaron del patrimonio de la Congregación. Al comunicar la noticia a las Hermanas, lo hace diciendo: “Ultimamente se ha servido el Señor permitir que fuésemos despojadas de nuestra Casa Madre, que tantos sacrificios nos había costado y en la que teníamos colocadas tantas esperanzas. ¡Bendito sea el Señor en sus dones y hágase su divina voluntad!”.
La política del Gobierno estaba enfocada a manipular la instrucción para adoctrinar a las nuevas generaciones. El Presidente Abelardo Rodríguez reforma la Constitución para obligar la educación socialista y sectaria en todo el país, lo que su sucesor, el General Lázaro Cárdenas, se empeñaría en hacer cumplir. Los maestros de las escuelas públicas y privadas serían obligados a apoyar los fines de la educación socialista y a implantarla en las escuelas, así como propagar los postulados y principios del socialismo promovido por el Gobierno nacional, entre los que destacaba el combatir el catolicismo.
María del Refugio había llegado a Coyoacán animada, serena y alegre, pero a sabiendas de que tendría que cambiar de residencia en varias ocasiones por el temor de los propietarios de perder sus bienes por alquilar a una comunidad religiosa. Estaba profundamente dolida, sí, por el ateísmo y contenido inmoral de los programas obligatorios de enseñanza. Así mismo le repugnaba la actitud condescendiente de los educadores católicos frente a las exigencias del Gobierno. Por ello quiere desagraviar a Dios, y lo hace dando familia y educación a siete niñas huérfanas: una por cada uno de los dolores de la Santísima Virgen. Esto es lo que llamarían obra de infancia. Escribe a las casas comunicando su idea. De Cuba mandan dos niñas, de España otras dos y de México una. La vida no le alcanzaría para completar las siete, pero para estas cinco fue una verdadera madre.
La última casa que ocupa es la de Martí 256, en la Colonia Escandón. Al entrar por primera vez (septiembre de 1936) presiente que su muerte está próxima y manda poner un pasamanos en la escalera del ingreso, para que los empleados de la funeraria tengan donde apoyarse al sacar el ataúd. A las pocas semanas, al estar rezando fervorosamente la novena de la Virgen de Guadalupe, una corriente de aire en el cuarto que se adaptó como capilla le provoca una pulmonía. Al inicio del año 1937 se encuentra muy agotada por una tifoidea que venía padeciendo hacía varios meses, con fiebre y malestar continuo. A mediados de febrero le diagnostican bronconeumonía y poco después nefritis, que le ocasiona la hinchazón de todo el cuerpo. Su condición empeora por insuficiencia del riñón, temperatura baja y el agua invade los tejidos, saliendo por las piernas más de treinta litros. Se halla en un estado de debilidad absoluta, sufriendo muchísimo, sin movimientos y con dolores indecibles al cambiarla de postura, pero soporta todo con suma paciencia y resignación.
Escribe a todas las religiosas participándoles su gravedad, encomendándose a sus oraciones y haciéndoles algunas exhortaciones. A las Hermanas que la acompañan les pide unión y caridad fraterna, les recomienda que cumplan con su guardia ante el Santísimo, que no dejen de rezar por los difuntos y que no la dejen en el purgatorio diciendo: “¡era tan buena!”. Dispone todo lo que se debe de hacer y prepara las sábanas para su mortaja.
El 23 de abril amanece muy grave. Le hacen una transfusión de sangre que le ocasiona fuerte reacción. La acompañan la Madre Guadalupe y el Padre Zaragoza, a quien pide la absolución. Cuando el Padre ve que la vida de María del Refugio está llegando a su fin, le toma la mano derecha y le dice: “Bendice a tus hijas”. Da una última mirada, pronuncia las palabras: “arriba, arriba...” y ya en toda paz muere. Faltaban veinte minutos para la una de la madrugada del 24 de abril de 1937.
El recuerdo de una mujer ejemplarmente virtuosa, enamorada del Santísimo Sacramento y ansiosa de compartir ese amor por todas partes y con todo el mundo, conforta y llena de esperanza a sus hijas religiosas, amistades y conocidos. Muy pronto comenzarían a experimentar los frutos de su intercesión en el cielo.
Los años que siguieron, el Instituto de las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento alcanzaría un desarrollo notable. En diez años se duplicaron las casas y el personal; y el 22 de julio de 1948 Pío XII concedía el decreto laudatorio.
La fama de santidad de la fundadora continuaría creciendo, contándose cada vez más las personas que testimoniaban un cambio en su manera de vivir luego de conocer la vida de María del Refugio Aguilar y Torres; como también las que informaban de gracias y favores alcanzados por su intercesión. Lejos de ser olvidada, María del Refugio se perfila como modelo de vida eucarística para el nuevo milenio.
Escrito por GEORGE HERBERT FOULKES
HERMANAS MERCEDARIAS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
MEXICO 2000
ORACIÓN
¡Oh Padre celestial! Dígnate concedernos la gracia insigne de ver elevada al honor de los altares a tu sierva María del Refugio, que para corresponder a los anhelos de su corazón, fundó una Congregación, destinada a difundir el amor al Santísimo Sacramento mediante la educación cristiana de la niñez y la juventud. Concédenos por su intercesión la gracia que te pedimos... (SE HACE LA PETICIÓN). Te lo rogamos por tu Hijo Nuestro Señor Jesucristo. Así sea.
Nota: Si por la gracia de Dios le fuera concedido algún favor por intercesión de María del Refugio, le agradeceremos nos lo haga saber a:
FERNÁNDEZ LEAL 130,
BARRIO DEL NIÑO JESÚS,
04330 COYOACÁN, D.F.,
MÉXICO.
hermerss@prodigy.net.mx
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