
Francesco Tonucci
Italia.
¿Por qué hablamos hoy de tiempo de cambio para la educación? ¿Sólo porque sentimos la necesidad de actualizar las leyes y reglamentos que guían las actividades de la escuela pública? ¿Sólo para adecuar las normas a las últimas indicaciones de la investigación científica y de la reflexión pedagógica internacional?
Creo que sentimos la necesidad y la urgencia de cambios en el mundo de la educación porque somos conscientes que estamos viviendo en tiempos de crisis. Crisis de modelos educativos dentro de una crisis más amplia y profunda de los modelos sociales, de prospectivas, de valores.
Vivimos en un tiempo de crisis
Una nueva combinación de fuerzas promovidas por la economía y por las políticas neoliberales y por la globalización hegemónica ha desequilibrado la complicada relación entre lo económico y lo social, entre lo individual y lo colectivo, entre lo privado y lo público.
El ciudadano ideal es aquel que consume, un individuo con derecho a escoger en un mercado siempre más grande, pero empujado a sentirse obligado a comprar y a consumir siempre más. Esto ha pedido George Bush a los americanos luego del ataque a las Torres gemelas, casi como señal de solidaridad, de piedad de unidad nacional en un momento tan trágico: “No paren de consumir, no paren de comprar”. Esto es aquello que pide el actual gobierno italiano: No ahorros, no-preocupación por el futuro, pero sí consumo. El consumo es el motor de la economía moderna. En este gran malestar internacional el ambiente natural es violado y destruido; las desigualdades que la enorme intermitencia de los pueblos debería atenuar y mezclar en cambio se exalta en un clima de creciente intolerancia y xenofobia; aumentan las diferencias, las inseguridades, las injusticias. El aumento del bienestar económico no corresponde a un aumento de la felicidad y de la satisfacción de las personas. El futuro se presenta incierto y problemático.
Pero si pasamos de las reflexiones de política general y entramos más profundamente en nuestras experiencias cotidianas, podemos reconocer aspectos de crisis también más inquietantes.
La nuestra es probablemente la primera generación en la historia, al menos aquella en la que vivimos, que no se está haciendo cargo del destino de aquellos que vendrán después de nosotros. Es parte de la historia de todas nuestras familias el recurso de los bisabuelos, abuelos y padres que han afrontado fatigas y enormes molestias; han dejado sus países y sus familias para emigrar lejos, sin conocer la lengua y las costumbres; han trabajado como bestias en las minas, en las canteras con horarios y condiciones ambientales para nosotros hoy incomprensibles e insoportables. Todo esto se justificaba con la esperanza que sus hijos y sus nietos habrían podido vivir mejor, con mayor comodidad, habrían podido estudiar, habrían podido vivir con su familia.
Mi abuelo era analfabeto y horticultor y mi padre habían ido a las escuelas elementales y era enfermero. Yo fui el primero de los tantos nietos de mi abuelo en recibirme. Mi abuelo y mi padre no fueron para nada celosos de mi éxito, por el contrario estaban orgullosos. Mi título justificaba de cualquier modo las incontables privaciones, los incontables sacrificios, las enormes humillaciones que habían debido soportar en sus vidas. Valía la pena!.
Y con sus sacrificios efectivamente nuestros abuelos y nuestros padres supieron modificar significativamente nuestra vida. Si piensas sólo en las penurias que una dama debía afrontar antes de la lavadora, antes de la refrigeradora, antes de la plancha eléctrica. Supieron crear condiciones de vida tales que nuestra esperanza de vida aumenta en más de 10 años.
¿Qué cosa esta haciendo nuestra generación?
Estamos conscientemente (ciertamente no nos falta la información) destruyendo el mundo en que vivimos y creando para nuestros hijos y nuestros nietos condiciones de vida peores que las nuestras. De recientes investigaciones europeas resulta que la contaminación ambiental esta produciendo una disminución media de vida de 9 meses para cada uno de nosotros1. Nuestros hijos vivirán en un ambiente donde será más fácil morir de un tumor por causa de la contaminación ambiental y donde será más probable tener afecciones cardiovasculares por causa de la inmovilidad delante al televisor al cual condenamos a nuestros hijos.
Dice un jefe irokese: “Miramos adelante porque uno de los primeros mandamientos que nos enseñaron de ser los jefes, es de garantizar que cada decisión tomada por nosotros tenga en cuenta la prosperidad y el bienestar de la sétima generación a venir, y esto es el fundamento de nuestras decisiones en asamblea. Pedimos a nosotros mismos: nuestra decisión irá en beneficio de la sétima generación? Esta es nuestra regla”. No digo siete generaciones, pero ciertamente nuestros abuelos veían lejos y programaban la vida de varias generaciones. Eran capaces de invertir para un futuro que no habrían gozado, pero del cual se hubieran beneficiado sus hijos y nietos.
1Según una investigación de la Organización Mundial de la salud (OMS), en Europa mueren cada año 288,000 personas por culpa de los polvos finos. Haciendo una medida se puede decir que por cada habitante de la Unión Europea los polvos finos roban 9 meses de vida.
Cada uno fue artífice del futuro propio y de la familia. Partían sin ninguna garantía, dejaban las pocas seguridades de los afectos familiares, del dialecto comprensible, de la vida miserable pero segura, para ir a un país desconocido y afrontar humillaciones y enormes penurias para construir un futuro mejor, mas digno, para sus descendientes.
Hoy ninguno de nosotros toma decisiones así tan radicales. Hoy frente a una molestia, a una necesidad, se pide la intervención de la autoridad, de la administración. Ninguno se mueve. Y por consiguiente el tiempo se vuelve como la política. No más las siete generaciones del jefe irokese, no las generaciones futuras de mis abuelos, pero los cuatro años del político que elegimos parar representar nuestros intereses. Y el político nos explica que de hecho los cuatro años se reducen a dos porque el primer año necesita ambientarse y entender y el último, prepararse para las próxima elecciones. El político al cual hemos confiado la tarea, que una vez fue de los abuelos y de los padres, de representarnos y de preparar el futuro de nuestros hijos, frecuentemente se preocupa más de la continuidad de su carrera política que el bienestar de sus electores. En este clima y con estas perspectivas crecen nuestros niños, en nuestras ciudades de hoy.
Que cosa significa ser niños en la crisis de la ciudad de hoy
En el momento de las grandes transformaciones, cuando el mundo salía de la segunda guerra mundial, cuando Europa comenzaba el periodo de las profundas transformaciones de las propias ciudades debiéndolas reconstruirlas enteramente, cuando la crisis de la agricultura convencía a muchísimas personas en dejar la sierra para mudarse a las ciudades con el sueño de un puesto en alguna fábrica y las familias de las zonas pobres de los países (por ejemplo del sur italiano) emigraban hacia las zonas más ricas (por ejemplo hacia el norte italiano) o hacia países más ricas, las ciudades eligieron como parámetro, como modelo para su reconstrucción y transformación, un ciudadano masculino, adulto, trabajador. Pensaban así en satisfacer las exigencias de la figura más importante de la familia, aquella que contribuía mayormente con la renta familiar, pero también la más fuerte, aquella que condicionaba más el consenso electoral. Quizás se pensaba también que satisfaciendo las necesidades del jefe de familia se fatistacian automáticamente también las exigencias de sus hijos, de sus esposas y de sus viejos. Pero sabemos que no es así y por primera vez se dieron cuenta las mujeres que iniciaron por reivindicar los propios horarios, los propios servicios una ciudad adecuada a las propias exigencias. Efectivamente la ciudad que había elegido como ciudadano prototipo masculino, adulto, trabajador, se había olvidado de aquellos que no eran masculinos, que no son adultos, que no son trabajadores2, y si añaden estas categorías descubriremos que constituyen la mayoría de la ciudad: la ciudad fue radicalmente transformada para beneficio de una minoría.
Y sin evitar en un análisis de estas transformaciones bastará observar el poder que en la ciudad de hoy ha asumido el automóvil que de aquel ciudadano privilegiado y ciertamente el juguete preferido. El automóvil ha vuelto las calles peligrosas, ha ocupado los espacios públicos volviéndoles privados, ha contaminado el aire creando serios problemas para la salud de los ciudadanos y para la sobre vivencia de los monumentos, crea un rumor de fondo constante obliga a los servicios de reabastecimiento de combustibles y a las señales de tránsito que afean nuestras ciudades históricas.
En esta ciudad el niño vive mal, porque no puede ejercitar las actividades esenciales para su crecimiento.
2 Se necesita reconocer que hay una parte de las mujeres (adultas, lavanderas y choferes) comparten con los hombres las responsabilidades y los privilegios de esta condición de ciudadano parámetro.
Sin tiempo libre. Los niños de la ciudad moderna han perdido el tiempo libre. Hace pocos decenios la vida de un niño se dividía entre el tiempo de la familia, el tiempo de la escuela y el tiempo libre. En esos tiempos el niño salía de casa, buscaba amigos y andaba con ellos para jugar. Naturalmente existían reglas y límites de tiempo, de espacio, de actividad, impuestos por los adultos, pero era un tiempo en el cual los niños vivían experiencias propias sin una vigilancia directa de los adultos. Al final de ese tiempo, jugando frecuentemente y también peleando con los amigos, el niño regresaba a casa sudado, cansado, sucio, hambriento y con tantas cosas de contar a su mamá.
En este tiempo el niño podía vivir el emocionante encuentro con el obstáculo, con el riesgo y el placer de superarlo o la frustración de no poder hacerlo.
Eran siempre obstáculos y riesgos adecuados a la edad y a las capacidades, afrontados frecuentemente con la complicidad de los compañeros más grandes y más expertos. Era ese el tiempo del juego, de la exploración, de aventura, de la sorpresa, del descubrimiento. Era el tiempo en el cual los niños crecían y se volvían grandes o por lo menos en el cual colocaban las bases sobre las cuales en casa con los padres, en la escuela con los profesores, sus libros y delante a la televisión, habrían construido todo aquello que de grandes habrían sabido y habrían sabido hacer.
Hoy este tiempo libre ha desaparecido. La ciudad peligrosa impide a los niños de salir de casa solos. Los padres prefieren que permanezcan en casa o que frecuenten las escuelas de deportes de las tardes, de danza o de guitarra y si debe salir, lo acompañan, posiblemente en auto.
En cada momento de su jornada es acompañado, controlado, vigilado, instruido por un adulto, pero de este modo el niño no puede jugar más, no puede mas encontrar obstáculos o riegos (si el adulto está presente no puede permitirlo). El peligro grave es que dentro de nuestros niños y muchachos se acumulan grandes deseos de riesgo, de obstáculos, de peligros y de este deseo explota al inicio de la adolescencia cuando por primera vez el muchacho deja la mano del adulto, sala sobre una moto y tiene en el bolsillo las llaves de casal
Por esto probablemente Federico, un miembro de 11 años del Consejo de los niños de Roma dijo a su alcalde: “Queremos de esta ciudad el permiso para salir de casa”.
Sin espacio público. Para jugar y para crecer un niño tiene necesidad de la ciudad, de toda su ciudad, porque el espacio del juego y del desarrollo debe crecer con el crecer de las curiosidades y de las capacidades del niño. Serán inicialmente su casa, después las escaleras y el patio de casa, después las veredas y la plaza o el jardín de su barrio, después las calles, los jardines y las plazas de su ciudad. Hoy los niños olvidados por la ciudad, son encerrados en espacios dedicados para ellos, del cuarto de sus casas, al jardín equipado para hacer jugar a los niños, ludo. A los niños está impedido de interferir con los espacios y con la vida de los adultos y entonces no es posible para los niños espiar y copiar a los adultos y para los adultos debe tenerse en cuenta que los niños nos ven. “El espacio de la ciudad ha sido privatizado por los automóviles y por las actividades de los adultos. Los niños deben crecer en espacios equipadas con juegos estúpidos y que no cambian jamás, donde irán de tres, siete, once años, siempre acompañados por un adulto, que lo vigilara para que no corra riesgos (y para que no se divierta).
Por esto los niños del consejo de Roma, cuando descubrieron que en el Reglamento de Policía urbana de su ciudad el artículo lo decía: “Esta prohibido cualquier juego sobre el suelo público” mientras el artículo 31 de la convención de los derechos de la infancia de 1989 dice “Los niños tienen el derecho a jugar” escribieron al alcalde diciéndole que el reglamento estaba errado y debía cambiarlo. El alcalde reconoció el error e hizo cambios al artículo 6 que ahora dice: La comuna, a respecto del artículo 31 de la Convención de Nueva York sobre los Derechos de la Infancia, favorece el juego de los niños sobre las áreas sujetas al uso público.
Sin presente. El niño vive siempre proyectado al futuro. Vale por aquello que será. Estudia, aprende, sufre porque esto le servirá mañana, cuando sea grande. No importa si hoy no entiende, mañana le será útil.
Esto, casi siempre, es la inversión educativa: buscas lo más rápidamente posible de aprender es decir de ser similar a los adultos che se proponen explícitamente o implícitamente como modelos; el padre, la madre, los profesores. Será bueno si será como ellos, si sabrá hacer y repetir las cosas que ellos le han enseñado. Frecuentemente el proyecto educativo pide a los niños de renunciar lo más rápidamente posible a su infancia para asumir actitudes, conocimientos y habilidades de adultos. Renunciar rápidamente a las representaciones gráficas infantiles para aprender el uso de la prospectiva, refutar las teorías científicas ingenuas para adoptar aquellas verdaderas explicadas por los profesores y garantizadas por los libros de texto, perder menos el tiempo jugando para dedicar más tiempo al estudio y a las tareas de casa. En conclusión aprender rápido a ser grande. De este modo la infancia se reduce cada vez más. Los niños dan siempre menos fastidio porque son siempre más precozmente similares a los adultos. En esta ameritada obra educativa los adultos contribuyeron con enorme valor por la televisión y por los modelos que proponen sus programas.
Peligroso. Hay una marginación de los niños de la vida de los adultos y de la ciudad. Una preocupación para evitar encuentros, sobreposiciones y comportamientos. Si los niños en sus puestos, en la casa, en sus habitaciones, en su jardín o en su ludoteca, los adultos pueden continuar en sentirse cómodos. Los niños dan fastidio. Pero los niños han dado siempre fastidio, los abuelos se han siempre molestado con los niños, pero han entendido siempre que debían soportarles si querían que se volvieran grandes. Hoy sabemos soportar el ruido del tráfico, el sonido lacerante de las sirenas y de las alarmas, pero impedimos a los niños de jugar después del almuerzo porque perturban nuestra siesta. No soportamos más que puedan interferir en nuestra vida, que puedan tocar nuestras cosas. Una pequeña anécdota significativa. Un niño jugando con la pelota rompe un vidrio. El dueño de casa del vidrio roto sale de casa gritando contra el niño. El padre del niño sale de casa y tranquiliza al dueño del vidrio diciéndole: “No se preocupe, mi hijo está asegurado. Desgraciadamente la anécdota es verdadera. El niño puede causar daños y entonces como conviene en una buena sociedad de consumo lo aseguramos “por daños contra terceros”. El niño causa miedo. Las parejas jóvenes europeas tienen dificultad con insertar a los niños en sus proyectos. Los hijos esperan muchos años para dejar las casas de sus padres. Comienzan experiencias de pareja sin asumir ocupaciones formales precisas, porque no se sabe como va a terminar. Antes de tener un hijo se necesita pensar bien, no se puede decidir superficialmente. Y si después no naciera sano? Y después seremos capaces de educarlo? Las condiciones sociales no son aquellos de alguna vez. ¿Quién lo educará? Y el tiempo pasa. Los padres llegan a los cuarenta años a si al fin se deciden es tener un hijo será imposible tener el segundo. Y siendo sus vidas ya fuertemente asentadas y con gran dificultad que poner en riesgo de dejar de lado al hijo y terminar por entregarlo a tantos productos comerciales y a tantos servicios públicos y privados que al afecto y a su felicidad.
En tiempo de crisis pide el cambio
En esta nuestra sociedad que parece incapaz de aventurarse también en un futuro próximo se vuelve fuerte y urgente la necesidad del cambio. Se tiene la clara sensación que las ofensas revueltas en estos últimos años en el ambiente podrían crear catástrofes en brevísimo plazo. Por primera vez se habla de transformaciones trágicas que podrían llegar durante nuestra vida misma, casi las tragedias, hayan abandonado los tiempos largos de las generaciones para asumir los tiempos cortos de la política. En pocos decenios el aumento de la temperatura atmosférica podría traer la desaparición de las ciudades costeras. En pocos decenios podrían terminarse las reservas energéticas. Pero hoy ya nuestras ciudades no logran soportar el número de automóviles que los circulan y deben inventar ridículos expedientes como aquellos de cenar por días alternados los autos con placas pares y aquellas con placas impares. Todos saben que el problema real es que se debería reducir drásticamente el número de autos para restituir el aire, el espacio y el silencio de quien vive en la ciudad (a partir de los niños, de nuestros hijos y nietos) pero nadie se arriesga hacerlo porque le haría perder el consenso, el poder, el puesto. Con vergüenza debemos reconocer que nos interesan más nuestros autos que nuestros hijos.
En este punto, cuando se toca fondo, es posible que surja una fuerte y urgente solicitud de cambio.
Y sobre este conflicto entre crisis y cambio que debemos preguntarnos quien es y quien podría para nosotros ser el niño hoy en día?
El niño entre revolución y profecía en la ciudad en tiempos de crisis
En tiempos de crisis surgen las revoluciones y los profetas y quizá son dos palabras distintas para indicar las mismas personas en momentos históricos distintos y en contextos culturales distintos.
El niño revolucionario. El subteniente Marcos, jefe de la resistencia indígena en el Chiapas, en México, escribe hablando de los indios. Si la humanidad tiene aún esperanza de sobrevivir, de volverse mejor, estas esperanzas están en los sacos formados por las excusas de aquellos en sobre número, por aquellos que se pueden deshacer de algo3. Y dice así hablando de los indios, porque los indígenas reivindican sus raíces, sus especificaciones, sus diferencias y desigualdades contra las leyes y las ilusiones de la globalización neoliberalista.
Los indígenas podrán salvar México porque no renuncian a su historia, porque puedan afrontar el futuro con la fuerza de quien tiene las raíces profundas en la cultura de los padres. Pero no todos tenemos indios en nuestros países. Quizá los indios del mundo son justo los niños. Los niños son indígenas en las propias familias, en las propias escuelas, en propias ciudades, porque sus exigencias no han cambiado con el cambio de la política de los consumos, nacidas con la globalización económica. Los niños poseen un gran potencial revolucionario que los adultos deben tener el coraje de reconocer y de iniciar la explosión o al contrario pueden continuar en ignorar y sofocar. Un poco como sucedió con los indígenas, los conquistadores blancos pueden matarlos o volverlos inofensivos encerrándolos en las reservas y embruteciéndolos con el alcohol y los bienes de consumo; o también pueden darle su palabra y recurrir a su sabiduría como está haciendo Marcos y su movimiento zapatista.
En tiempo de crisis salen los profetas. Santos se vuelven, por mérito propio, por el valor de las propias acciones por el heroísmo de las propias elecciones. Los santos merecen ser considerados como tales. Los profetas no. Los profetas se vuelven por llamadas de Dios, frecuentemente contra la propia voluntad.
El Profeta profetiza contra su misma voluntad, porque les viene pedido, porque viene obligado.
3Subteniente Marcos, la cuarta guerra mundial ha comenzado, publicado en Italia como suplemento al diario II Manifesto, Roma 1997, pp 43-44
El Profeta esta contra el rey, y contra el poder, porque se contrapone a aquello que es más típico del poder: su proyecto, su programa, sus certezas. Ni siquiera la utopía representa la petición del profeta, porque representa una alternativa posible. El profeta en cambio propone lo nuevo, la disponibilidad a lo nuevo, lo nuevo desconocido.
El Profeta surge en tiempo de crisis y pide el cambio, el cambio real y radical.
El Profeta denuncia, se indigna, no se avergüenza, no se justifica, porque aquella es inconsciente, involuntaria e irrenunciable misión.
El profeta no evita el conflicto, lo adquiere, lleva a la división, no propone pactos, no busca el consenso.
El rey y el pueblo se han puesto muchas veces de acuerdo para matar al profeta.
El niño profeta. Los niños llevan consigo el cambio, lo nuevo. Lo poseen sin saberlo, porque no tienen necesidad, no pueden renunciar a ello.
No hay necesidad de elegirlos a los niños, no se necesitan que sean listos o preparados, es suficiente que sean niños. Por esto para formar el consejo de los niños usamos el sorteo: los niños che hacen parte de ello no tienen méritos, son simplemente niños y todos los niños son portadores de novedad.
También los niños como los profetas, están contra el poder, contra el poder de quien los manda, la seguridad de los adultos que siempre saben que cosa está bien, que está mal, que cosa es cierta. Están contra la prepotencia de los automóviles, la agresividad de nuestra sociedad, que prefiere evitar los conflictos humillando a quien es distinto y haciendo la guerra a quien piensa distinto. El niño con su diversidad representa un conflicto.
Los niños son molestosos, fastidiosos, irreductibles, por esto los adultos, comprendidos los padres y los maestros, buscan matar a los niños: lo empujan desde su nacimiento a ser grandes, renunciando precozmente a aquella diversidad que les inculca miedo.
Exorcizamos la infancia educándola, cubriendo la novedad y la preocupación que trae consigo con las seguridades y con las costumbres adultas, con las comodidades, con los regalos y los bienes de consumo, con las meriendas, la televisión, los cursos de la tarde, el play station, los vestidos de marca. Los hacemos volverse lo más listos posibles como los adultos. La educación al consumo es la forma más grave de violencia y de corrupción.
En este tiempo de crisis frecuentemente la escuela se siente apagada para ser el lugar de homologación de la educación a los consumos, lugar de preparación de las competencias profesionales de cada uno de sus alumnos para que mañana puedan realizar la nueva sociedad de la cual tenemos necesidad. Pero la posibilidad que los niños puedan profetizar, como aquella de los indios, esta en las manos de los adultos. Ellos tienen la responsabilidad de darle la palabra a los niños o de regársela. De favorecer su propuesta – protesta o de impedirla.
Nosotros los adultos debemos prepararlos para ese futuro que no conocemos, este es el desafío y la contradicción de la educación.
Don Milani, el padre italiano que ha predicado toda su breve vida sobre la educación de los niños de las montañas rechazados por la escuela pública y que con sus muchachos escribió “Carta a una profesora” en la carta a los jueces escribe: La escuela está fuera de su área jurídica. El muchacho es de una parte nuestro inferior porque debe obedecernos y de otro lado es nuestro superior porque decretará mañana mejores leyes que las nuestras.
Y entonces el maestro debe ser cuanto pueda profeta, escudriñar las señales de los tiempos, adivinar de los ojos de los muchachos las cosas bellas que ellos verán claras mañana y que nosotros vemos pura confusión4.
4 La carta a los jueces es publicada en “La obediencia no es más una virtud”, Florencia, Librería Editorial Florentina, 1969, p.37. Traducción castellana
Defensa Armada o Defensa popular no violenta, Barcelona, Nova Terra, 1977
El adulto debe tener el coraje de cederle la palabra a los niños y de pedirle su ayuda, de la que tenemos necesidad, para orientarse realmente hacia el cambio.
Los niños pueden ayudarnos a cambiar las ciudades
Un Político pregunta a Filippo, un niño del Consejo de niños de Roma de 9 años: “¿Qué cosa pueden hacer ustedes los niños por la paz? La pregunta era banal y poco correcta; era evidente que los niños tienen poco que ver con nuestras guerras, no solo no tienen ninguna responsabilidad sino que no logran siquiera comprender como las personas adultas preparadas y poderosas puedan imaginar en hacer una cosa así tan estúpida como una guerra. Pero Filippo probablemente pensó como el pequeño príncipe son hechos así. No hay que molestarse. Los niños deben ser indulgentes con los grandes, y respondió al político: “Nosotros los niños no podemos hacer mucho por la paz, pero podemos ayudarlos en cambiar la ciudad. Efectivamente el 20 de noviembre del 2001, el alcalde de Roma, inaugurando el primer consejo de los niños de la ciudad había dicho: He querido este consejo porque tengo necesidad de sus consejos y de su ayuda. Sucede que los grandes se olvidan de cuando eran niños.
Desde hoy comencemos a trabajar juntos porque queremos cambiar la ciudad”5. Y desde entonces los niños tomaron muy en serio las palabras del alcalde y comenzaron a trabajar para ayudarlo a cambiar la ciudad.
Comenzaron a discutir entre ellos sobre aquello que no marcha bien en la ciudad, que hace difícil la vida de los niños, seguro que aquello que no van bien para los niños tampoco va bien para otros. A algunas de nuestras pregunta los niños del Consejo respondieron así:
Pueden tener los niños buenas ideas para cambiar la ciudad?
Si porque los niños saben las cosas que los grandes olvidaron de la infancia (Diego)
Si porque también los niños deben lograr vivir mejor en su propia ciudad (Federico)
Si porque los niños pueden tener más ideas y más sueños, al contrario de los adultos (Caterina)
Si porque con los ojos de los niños se puede ver todo (Alicia)
Si porque los niños saben las cosas importantes para vivir bien (Simone)
Si porque también si somos pequeños tenemos buenas ideas para cambiar la ciudad (Alessandro)
Aquello que piden los niños pueden funcionar bien para los grandes también?
Si porque los pedidos de los niños son pensados y no por causalidad (Xiang)
Si porque los niños tienen tantísima ideas para cambiar a los adultos (Jacobo)
Si porque a nosotros nos gusta vivir en una ciudad hecha también para los grandes, para compartirla. (Esmerald)
Si porque en la vida no existe solo el trabajo, también el ocio y la diversión (Federico)
No porque los grandes ven con otros ojos la ciudad (Alice)
No porque ellos querían otras calles y nosotros en cambio lo verde (Jessica)
5 La ciudad de Roma adhirió al proyecto “La ciudad de los niños” asumiendo el rol de ciudad pionera del proyecto. El proyecto internacional promovido y coordinado por el Instituto de Ciencia y Tecnología de la competencia del CNR. Adhirieron hasta hoy mas de sesenta ciudades italianas, algunas ciudades españolas y algunas grandes ciudades argentinas entre las cuales están Rosario y Buenos Aires. Para mayores informaciones sobre el proyecto se pueden consultar los libros: Tonucci F. La ciudad de los niños, Bari, Laterza, 1996, traducida: “La ciudad de los niños, Losada, Buenos Aires, 1996 y la Fundación Hernán Sánchez Ruiperez, Madrid, 1997; Tonucci F. Cuando los niños dicen: basta ya! Bari, Laterza, 1996, Traducción: ¡Cuando los niños dicen: basta ya!, Losada, Buenos Aires, 1996 y Fundación Hernán Sánchez Ruiperez, Madrid, 1997; y la página web: www.lacittadeibambini.org
Según ustedes el alcalde hará realmente aquello que ustedes le proponen?
Si porque nuestras pueden realmente cambiar la ciudad y se adaptan también a quién está peor que nosotros (Francesca)
Si porque se necesita de nuestra ayuda para ver la ciudad también con ojos de niño (Chiara)
Si porque tiene necesidad de la ayuda de los niños para hacer la ciudad más bella para todos (Simone)
Si porque sino no pediría el consejo de los niños (Angélica)
Las contribuciones de los niños para el cambio
En esta última parte de mi relación pondré algunos ejemplos de cómo los niños pueden contribuir con el cambio de la ciudad. Para hacerlo me referiré, como he comenzado ya a hacerlo, la experiencia de Roma a la cual yo y mi grupo de trabajo del CNR estamos dedicando la mayor parte de nuestro tiempo y de nuestras energías. Pero habría podido hablar de Fano, la ciudad donde este proyecto nació en 1991, de Rosario donde el proyecto tuvo un gran e importante desarrollo, pero de Rosario les hablaran los amigos argentinos que participan en este Congreso.
Debemos retomar el discurso interrumpido sobre el valor profético que los niños pueden jugar en el destino actual de nuestras ciudades. Se decía que por el efecto corruptor de nuestras propuestas educativas, de las propuestas televisivos, de la publicidad, las ideas, las palabras, los deseos, las necesidades de los niños son cubiertas, escondidas por las ideas y por las palabras que nosotros los adultos le metemos en las mentes de los niños.
Entonces es necesario prestar mucha atención porque si somos superficiales en el preguntar y en el parecer de los niños, arriesgamos de retomar nuestras ideas, nuestras opiniones y sostener luego que los niños piensan como nosotros. Por esto no basta proponer preguntas o cuestionarios o diseños. Para recavar lo nuevo que los niños esconden es necesario saber buscar, saber reconocer cuando aflora, proponerlo a todos los niños que ciertamente los reconocerán.
La contribución de los niños no vendrá de la mayoría. Serán siempre propuestas apenas señaladas, aparentemente banales, frecuentemente por los niños más tímidos y menos listos de la escuela, que más que los otros sufren las condiciones infantiles. El adulto debe saber escudriñar las señales de los tiempos, adivinar de los ojos de los muchachos las cosas bellas que ellos van a aclarar mañana y que nosotros vemos confusas, como decía Don Milani y las señales de los tiempos a veces son pocas palabras, que debemos saber interpretar, reconocer y valorar.
Las frases que he citado son de Federico y de Filippo, no son el fruto de una votación democrática pero han sido reconocidas por todos los niños del Consejo y se volvieron un estímulo al cambio para los administradores de Roma. Veamos ahora más atentamente tres propuestas de los niños de Roma y probemos a preguntarnos como podrían provocar reales cambios en la ciudad.
Pedimos a esta ciudad el permiso para salir de casa. La frase de Federico se volvió un tormento para el gobierno de la ciudad: ¿Cómo una gran ciudad puede dar el permiso para salir de casa a sus propios ciudadanos más pequeños? Ciertamente es fácil entender como una gran ciudad hace imposible no solo a los niños sino también a los ancianos, a los impedidos físicos y a los que los llevan, salir de casa. Es suficiente que el tráfico haga la calle inecruzable, que los automovilistas no respeten la preferencia de los peatones sobre los pasajes peatonales, que las veredas sean ocupadas por las mercancías sucias y mal mantenidas. Una señora anciana de Roma hace muchos meses no sale de casa porque el semáforo verde no dura mucho como para permitirle cruzar la calle. Y de otras partes es evidente que una ciudad democrática no debería soportar una parte importante de sus ciudadanos no puedan gozar de uno de los derechos más elementales de la ciudadanía el de moverse libremente en la propia ciudad.
Pero hay más. Si en una ciudad desaparecen los niños de las calles esa ciudad será siempre peor, más peligrosa y menos acogedora. Los automovilistas podrán sentirse dueños absolutos y por consecuencia renunciar a cada respeto. Los vecinos no deberán preocuparse de nada. Estas son las mejores condiciones porque el clima social empeore siempre más. La presencia de los niños reconstruye en cambio condiciones de moderación para el tráfico, de preocupación y de solidaridad con los prójimos. Estas son esperanzas verificadas mas veces en la ciudad de nuestra red que experimentan la propuesta “A la escuela vamos solos”. Una verificación de gran interés nos viene desde Buenos Aires y de algunos municipios de su grande área metropolitana donde, para mejorar las condiciones de seguridad de los niños en el curso casa-escuela, en lugar de pedir mayor defensa y más policías se pidió la participación y la solidaridad de los negociantes, de los vecinos y de los ancianos. Los casos de criminalidad urbana bajaron mas del 50%. Los niños de roma pidieron a los gobernantes de hacer respetar la preferencia de los peatones sobre los pasos peatonales, de cuidar las veredas, de poner en marcha una política a favor de los peatones. De parte de ellos los niños han lanzado una campaña por reeducar a sus padres y a sus vecinos de casa usando las multas morales y haciendo una obra personal de convencimiento. Los políticos se comprometieron 15,000 niños han participado en esta campaña. El verdadero problema es si los políticos querrán aprovechar la ayuda y la contribución de los niños para promover un cambio real en las costumbres de los ciudadanos, aún cuando costara críticas y quizás votos.
No tenemos tiempo para jugar. Afrontando el tema del juego los niños del Consejo de Roma denunciaron a sus profesores como los dos artículos de la Convención de los Derechos de la Infancia 28 (derecho a la educación) y 31 (derecho al juego) no tienen iguales reconocimiento y respeto. Frecuentemente los niños no logran jugar porque tienen muchas tareas para casa, mientras que no ir a la escuela no es posible o no hacer las tareas porque no se ha podido jugar lo suficiente.
Si se tuviese debía cuenta que gran importancia tienen el juego en el desarrollo de la mujer y del hombre, no se haría ironía sobre esta propuesta de los niños. Si fuésemos adultos responsables y tuviésemos cuenta del hecho que quién ha podido jugar bien y bastante de niño será después un adulto mejor, más sano, más sereno y productivo, no solo entenderemos a los niños sino que pretendemos que el juego sea considerado, exactamente como la escuela, no solo un derecho sino también un deber. En su carta, enviada a todos los profesores de escuela elemental de Roma, los niños pedían de no tener tareas para la casa, ni para el fin de semana, ni para vacaciones y proponían ser dejados libres, eventualmente, de hacer cosas que a ellos les gusta, sin ser obligados.
Hasta ahora la escuela no ha respondido, quizá se sintió ofendida por esta intromisión de los niños, pero esto es verdaderamente desconcertante. El artículo 12 de la Convención vale también para la escuela y también en la escuela los niños tienen derecho de expresar su parecer cuando se toman decisiones que los atañen y ciertamente las tareas y el juego les atañen. Pero el artículo 12 prosigue diciendo: “Las opiniones de los niños son tomadas en cuenta en el contexto justo, pero la escuela no ha respondido.
No tenemos espacio para jugar. Se ha dicho del artículo 6 del Reglamento de la Policía urbana de la ciudad de Roma, de cómo los niños lo contestaron y de cómo fue modificado. Antes del juego era prohibido en los lugares públicos, ahora la Comuna favorece el juego. El cambio es significativo y comprometedor para los administradores romanos, pero que cosa cambiará realmente en la vida de los niños de Roma? Con los niños del Consejo apenas sabido de la aprobación por parte del Consejo comunal del nuevo artículo 6 transferimos el consejo a una plaza de la ciudad y organizamos una acción de guerrilla urbana. Naturalmente absolutamente pacifica. Los niños ocuparon los espacios públicos de la plaza (área central y veredas) sin disturbar el tráfico y los utilizaron para jugar. Diseñaron sobre las veredas, hicieron juegos colectivos, hicieron participar a la pareja olvidada sobre sillas de ruedas, hicieron entrevistas a los transeúntes y distribuyeron volantes para hacer conocer a las personas su victoria. Las personas estaban contentas de ver a los niños por la calle. Los niños, después de pocos minutos y no obstante que la plaza fuese para ellos completamente desconocida, jugaron como si aquello fuese su lugar habitual de juego diario. Estaban los políticos y los periodistas. Pero ciertamente hay aún mucho que hacer porque el derecho al juego que el alcalde se comprometió en favorecer, se transforme en una posibilidad real y cotidiana para todos los niños romanos.
Tenemos el coraje de armar a los niños
Los niños nos envían mensajes claros, iluminados. Nos dicen: Hágannos salir de casa, hágannos recorrer y utilizar los espacios públicos de la ciudad; hagan de modo que los espacios sean públicos, esto es de todos no nos encierren en espacios separados; déjennos que les demos fastidio, porque tienen necesidad de ello, si nosotros podremos salir de casa, podrán salir con nosotros también y con nuestros abuelos y también con nuestros amigos más desafortunados que no pueden caminar, que no nos ven, que no nos escuchan. Si en la ciudad habrá todo este movimiento, toda esta vida, habrán menos automóviles, estaremos todos mejor.
Hacer esto no es fácil. Los adultos buscarán en todo caso de defender los privilegios que obtuvieron y que prepotentemente consideran derechos. Pero si llamaremos a los niños a trabajar con nosotros, como hizo el alcalde de Roma, como hizo el alcalde de Rosario y los otros alcaldes de la red, quizá alguna esperanza más podamos tener. Es distinto para un alcalde decirle a sus conciudadanos: “debemos cambiar nuestros hábitos porque nos lo pide la búsqueda científica o los ambientalistas o poder decir: “debemos cambiar porque nos lo piden nuestros hijos.
Si esta es la elección entonces debemos dejar de defendemos y proteger a los niños. Debemos tener el coraje de amarlos, de entregarles el arma de la palabra, de la protesta, de la propuesta y aceptar escucharlos y tener en cuenta su pensamiento. Aceptar el conflicto que los niños suscitan con respecto a nosotros los adultos será fértil para una prospectiva de desarrollo sostenible de nuestra sociedad para introducir una esperanza de felicidad en los programas del gobierno.
Una mamá dice: “El fruto de las solicitaciones de mi hijo fue sorprendente: me pare sobre el paso peatonal y mire, por primera vez, frente a mí las personas que cruzaban la calle considerándolas personas y no fastidiosos estorbos en mi camino. Me sentí orgullosa cuando me paraban sobre los pasos peatonales y un gusano cuando no me paraba. Probé una emoción formidable: mi hijo me estaba enseñando algo y este algo había cambiado mi comportamiento”
Cierro con una viñeta que abre mi libro “La ciudad de los niños” y que me parece bien ilustrados el significado de la presencia de los niños en nuestra sociedad: Unos niños están jugando en la pista, detrás de un caballete de trabajos en curso y de un cartel que advierte: Disculpen la molestia, estamos jugando para ustedes”.
Italia.
¿Por qué hablamos hoy de tiempo de cambio para la educación? ¿Sólo porque sentimos la necesidad de actualizar las leyes y reglamentos que guían las actividades de la escuela pública? ¿Sólo para adecuar las normas a las últimas indicaciones de la investigación científica y de la reflexión pedagógica internacional?
Creo que sentimos la necesidad y la urgencia de cambios en el mundo de la educación porque somos conscientes que estamos viviendo en tiempos de crisis. Crisis de modelos educativos dentro de una crisis más amplia y profunda de los modelos sociales, de prospectivas, de valores.
Vivimos en un tiempo de crisis
Una nueva combinación de fuerzas promovidas por la economía y por las políticas neoliberales y por la globalización hegemónica ha desequilibrado la complicada relación entre lo económico y lo social, entre lo individual y lo colectivo, entre lo privado y lo público.
El ciudadano ideal es aquel que consume, un individuo con derecho a escoger en un mercado siempre más grande, pero empujado a sentirse obligado a comprar y a consumir siempre más. Esto ha pedido George Bush a los americanos luego del ataque a las Torres gemelas, casi como señal de solidaridad, de piedad de unidad nacional en un momento tan trágico: “No paren de consumir, no paren de comprar”. Esto es aquello que pide el actual gobierno italiano: No ahorros, no-preocupación por el futuro, pero sí consumo. El consumo es el motor de la economía moderna. En este gran malestar internacional el ambiente natural es violado y destruido; las desigualdades que la enorme intermitencia de los pueblos debería atenuar y mezclar en cambio se exalta en un clima de creciente intolerancia y xenofobia; aumentan las diferencias, las inseguridades, las injusticias. El aumento del bienestar económico no corresponde a un aumento de la felicidad y de la satisfacción de las personas. El futuro se presenta incierto y problemático.
Pero si pasamos de las reflexiones de política general y entramos más profundamente en nuestras experiencias cotidianas, podemos reconocer aspectos de crisis también más inquietantes.
La nuestra es probablemente la primera generación en la historia, al menos aquella en la que vivimos, que no se está haciendo cargo del destino de aquellos que vendrán después de nosotros. Es parte de la historia de todas nuestras familias el recurso de los bisabuelos, abuelos y padres que han afrontado fatigas y enormes molestias; han dejado sus países y sus familias para emigrar lejos, sin conocer la lengua y las costumbres; han trabajado como bestias en las minas, en las canteras con horarios y condiciones ambientales para nosotros hoy incomprensibles e insoportables. Todo esto se justificaba con la esperanza que sus hijos y sus nietos habrían podido vivir mejor, con mayor comodidad, habrían podido estudiar, habrían podido vivir con su familia.
Mi abuelo era analfabeto y horticultor y mi padre habían ido a las escuelas elementales y era enfermero. Yo fui el primero de los tantos nietos de mi abuelo en recibirme. Mi abuelo y mi padre no fueron para nada celosos de mi éxito, por el contrario estaban orgullosos. Mi título justificaba de cualquier modo las incontables privaciones, los incontables sacrificios, las enormes humillaciones que habían debido soportar en sus vidas. Valía la pena!.
Y con sus sacrificios efectivamente nuestros abuelos y nuestros padres supieron modificar significativamente nuestra vida. Si piensas sólo en las penurias que una dama debía afrontar antes de la lavadora, antes de la refrigeradora, antes de la plancha eléctrica. Supieron crear condiciones de vida tales que nuestra esperanza de vida aumenta en más de 10 años.
¿Qué cosa esta haciendo nuestra generación?
Estamos conscientemente (ciertamente no nos falta la información) destruyendo el mundo en que vivimos y creando para nuestros hijos y nuestros nietos condiciones de vida peores que las nuestras. De recientes investigaciones europeas resulta que la contaminación ambiental esta produciendo una disminución media de vida de 9 meses para cada uno de nosotros1. Nuestros hijos vivirán en un ambiente donde será más fácil morir de un tumor por causa de la contaminación ambiental y donde será más probable tener afecciones cardiovasculares por causa de la inmovilidad delante al televisor al cual condenamos a nuestros hijos.
Dice un jefe irokese: “Miramos adelante porque uno de los primeros mandamientos que nos enseñaron de ser los jefes, es de garantizar que cada decisión tomada por nosotros tenga en cuenta la prosperidad y el bienestar de la sétima generación a venir, y esto es el fundamento de nuestras decisiones en asamblea. Pedimos a nosotros mismos: nuestra decisión irá en beneficio de la sétima generación? Esta es nuestra regla”. No digo siete generaciones, pero ciertamente nuestros abuelos veían lejos y programaban la vida de varias generaciones. Eran capaces de invertir para un futuro que no habrían gozado, pero del cual se hubieran beneficiado sus hijos y nietos.
1Según una investigación de la Organización Mundial de la salud (OMS), en Europa mueren cada año 288,000 personas por culpa de los polvos finos. Haciendo una medida se puede decir que por cada habitante de la Unión Europea los polvos finos roban 9 meses de vida.
Cada uno fue artífice del futuro propio y de la familia. Partían sin ninguna garantía, dejaban las pocas seguridades de los afectos familiares, del dialecto comprensible, de la vida miserable pero segura, para ir a un país desconocido y afrontar humillaciones y enormes penurias para construir un futuro mejor, mas digno, para sus descendientes.
Hoy ninguno de nosotros toma decisiones así tan radicales. Hoy frente a una molestia, a una necesidad, se pide la intervención de la autoridad, de la administración. Ninguno se mueve. Y por consiguiente el tiempo se vuelve como la política. No más las siete generaciones del jefe irokese, no las generaciones futuras de mis abuelos, pero los cuatro años del político que elegimos parar representar nuestros intereses. Y el político nos explica que de hecho los cuatro años se reducen a dos porque el primer año necesita ambientarse y entender y el último, prepararse para las próxima elecciones. El político al cual hemos confiado la tarea, que una vez fue de los abuelos y de los padres, de representarnos y de preparar el futuro de nuestros hijos, frecuentemente se preocupa más de la continuidad de su carrera política que el bienestar de sus electores. En este clima y con estas perspectivas crecen nuestros niños, en nuestras ciudades de hoy.
Que cosa significa ser niños en la crisis de la ciudad de hoy
En el momento de las grandes transformaciones, cuando el mundo salía de la segunda guerra mundial, cuando Europa comenzaba el periodo de las profundas transformaciones de las propias ciudades debiéndolas reconstruirlas enteramente, cuando la crisis de la agricultura convencía a muchísimas personas en dejar la sierra para mudarse a las ciudades con el sueño de un puesto en alguna fábrica y las familias de las zonas pobres de los países (por ejemplo del sur italiano) emigraban hacia las zonas más ricas (por ejemplo hacia el norte italiano) o hacia países más ricas, las ciudades eligieron como parámetro, como modelo para su reconstrucción y transformación, un ciudadano masculino, adulto, trabajador. Pensaban así en satisfacer las exigencias de la figura más importante de la familia, aquella que contribuía mayormente con la renta familiar, pero también la más fuerte, aquella que condicionaba más el consenso electoral. Quizás se pensaba también que satisfaciendo las necesidades del jefe de familia se fatistacian automáticamente también las exigencias de sus hijos, de sus esposas y de sus viejos. Pero sabemos que no es así y por primera vez se dieron cuenta las mujeres que iniciaron por reivindicar los propios horarios, los propios servicios una ciudad adecuada a las propias exigencias. Efectivamente la ciudad que había elegido como ciudadano prototipo masculino, adulto, trabajador, se había olvidado de aquellos que no eran masculinos, que no son adultos, que no son trabajadores2, y si añaden estas categorías descubriremos que constituyen la mayoría de la ciudad: la ciudad fue radicalmente transformada para beneficio de una minoría.
Y sin evitar en un análisis de estas transformaciones bastará observar el poder que en la ciudad de hoy ha asumido el automóvil que de aquel ciudadano privilegiado y ciertamente el juguete preferido. El automóvil ha vuelto las calles peligrosas, ha ocupado los espacios públicos volviéndoles privados, ha contaminado el aire creando serios problemas para la salud de los ciudadanos y para la sobre vivencia de los monumentos, crea un rumor de fondo constante obliga a los servicios de reabastecimiento de combustibles y a las señales de tránsito que afean nuestras ciudades históricas.
En esta ciudad el niño vive mal, porque no puede ejercitar las actividades esenciales para su crecimiento.
2 Se necesita reconocer que hay una parte de las mujeres (adultas, lavanderas y choferes) comparten con los hombres las responsabilidades y los privilegios de esta condición de ciudadano parámetro.
Sin tiempo libre. Los niños de la ciudad moderna han perdido el tiempo libre. Hace pocos decenios la vida de un niño se dividía entre el tiempo de la familia, el tiempo de la escuela y el tiempo libre. En esos tiempos el niño salía de casa, buscaba amigos y andaba con ellos para jugar. Naturalmente existían reglas y límites de tiempo, de espacio, de actividad, impuestos por los adultos, pero era un tiempo en el cual los niños vivían experiencias propias sin una vigilancia directa de los adultos. Al final de ese tiempo, jugando frecuentemente y también peleando con los amigos, el niño regresaba a casa sudado, cansado, sucio, hambriento y con tantas cosas de contar a su mamá.
En este tiempo el niño podía vivir el emocionante encuentro con el obstáculo, con el riesgo y el placer de superarlo o la frustración de no poder hacerlo.
Eran siempre obstáculos y riesgos adecuados a la edad y a las capacidades, afrontados frecuentemente con la complicidad de los compañeros más grandes y más expertos. Era ese el tiempo del juego, de la exploración, de aventura, de la sorpresa, del descubrimiento. Era el tiempo en el cual los niños crecían y se volvían grandes o por lo menos en el cual colocaban las bases sobre las cuales en casa con los padres, en la escuela con los profesores, sus libros y delante a la televisión, habrían construido todo aquello que de grandes habrían sabido y habrían sabido hacer.
Hoy este tiempo libre ha desaparecido. La ciudad peligrosa impide a los niños de salir de casa solos. Los padres prefieren que permanezcan en casa o que frecuenten las escuelas de deportes de las tardes, de danza o de guitarra y si debe salir, lo acompañan, posiblemente en auto.
En cada momento de su jornada es acompañado, controlado, vigilado, instruido por un adulto, pero de este modo el niño no puede jugar más, no puede mas encontrar obstáculos o riegos (si el adulto está presente no puede permitirlo). El peligro grave es que dentro de nuestros niños y muchachos se acumulan grandes deseos de riesgo, de obstáculos, de peligros y de este deseo explota al inicio de la adolescencia cuando por primera vez el muchacho deja la mano del adulto, sala sobre una moto y tiene en el bolsillo las llaves de casal
Por esto probablemente Federico, un miembro de 11 años del Consejo de los niños de Roma dijo a su alcalde: “Queremos de esta ciudad el permiso para salir de casa”.
Sin espacio público. Para jugar y para crecer un niño tiene necesidad de la ciudad, de toda su ciudad, porque el espacio del juego y del desarrollo debe crecer con el crecer de las curiosidades y de las capacidades del niño. Serán inicialmente su casa, después las escaleras y el patio de casa, después las veredas y la plaza o el jardín de su barrio, después las calles, los jardines y las plazas de su ciudad. Hoy los niños olvidados por la ciudad, son encerrados en espacios dedicados para ellos, del cuarto de sus casas, al jardín equipado para hacer jugar a los niños, ludo. A los niños está impedido de interferir con los espacios y con la vida de los adultos y entonces no es posible para los niños espiar y copiar a los adultos y para los adultos debe tenerse en cuenta que los niños nos ven. “El espacio de la ciudad ha sido privatizado por los automóviles y por las actividades de los adultos. Los niños deben crecer en espacios equipadas con juegos estúpidos y que no cambian jamás, donde irán de tres, siete, once años, siempre acompañados por un adulto, que lo vigilara para que no corra riesgos (y para que no se divierta).
Por esto los niños del consejo de Roma, cuando descubrieron que en el Reglamento de Policía urbana de su ciudad el artículo lo decía: “Esta prohibido cualquier juego sobre el suelo público” mientras el artículo 31 de la convención de los derechos de la infancia de 1989 dice “Los niños tienen el derecho a jugar” escribieron al alcalde diciéndole que el reglamento estaba errado y debía cambiarlo. El alcalde reconoció el error e hizo cambios al artículo 6 que ahora dice: La comuna, a respecto del artículo 31 de la Convención de Nueva York sobre los Derechos de la Infancia, favorece el juego de los niños sobre las áreas sujetas al uso público.
Sin presente. El niño vive siempre proyectado al futuro. Vale por aquello que será. Estudia, aprende, sufre porque esto le servirá mañana, cuando sea grande. No importa si hoy no entiende, mañana le será útil.
Esto, casi siempre, es la inversión educativa: buscas lo más rápidamente posible de aprender es decir de ser similar a los adultos che se proponen explícitamente o implícitamente como modelos; el padre, la madre, los profesores. Será bueno si será como ellos, si sabrá hacer y repetir las cosas que ellos le han enseñado. Frecuentemente el proyecto educativo pide a los niños de renunciar lo más rápidamente posible a su infancia para asumir actitudes, conocimientos y habilidades de adultos. Renunciar rápidamente a las representaciones gráficas infantiles para aprender el uso de la prospectiva, refutar las teorías científicas ingenuas para adoptar aquellas verdaderas explicadas por los profesores y garantizadas por los libros de texto, perder menos el tiempo jugando para dedicar más tiempo al estudio y a las tareas de casa. En conclusión aprender rápido a ser grande. De este modo la infancia se reduce cada vez más. Los niños dan siempre menos fastidio porque son siempre más precozmente similares a los adultos. En esta ameritada obra educativa los adultos contribuyeron con enorme valor por la televisión y por los modelos que proponen sus programas.
Peligroso. Hay una marginación de los niños de la vida de los adultos y de la ciudad. Una preocupación para evitar encuentros, sobreposiciones y comportamientos. Si los niños en sus puestos, en la casa, en sus habitaciones, en su jardín o en su ludoteca, los adultos pueden continuar en sentirse cómodos. Los niños dan fastidio. Pero los niños han dado siempre fastidio, los abuelos se han siempre molestado con los niños, pero han entendido siempre que debían soportarles si querían que se volvieran grandes. Hoy sabemos soportar el ruido del tráfico, el sonido lacerante de las sirenas y de las alarmas, pero impedimos a los niños de jugar después del almuerzo porque perturban nuestra siesta. No soportamos más que puedan interferir en nuestra vida, que puedan tocar nuestras cosas. Una pequeña anécdota significativa. Un niño jugando con la pelota rompe un vidrio. El dueño de casa del vidrio roto sale de casa gritando contra el niño. El padre del niño sale de casa y tranquiliza al dueño del vidrio diciéndole: “No se preocupe, mi hijo está asegurado. Desgraciadamente la anécdota es verdadera. El niño puede causar daños y entonces como conviene en una buena sociedad de consumo lo aseguramos “por daños contra terceros”. El niño causa miedo. Las parejas jóvenes europeas tienen dificultad con insertar a los niños en sus proyectos. Los hijos esperan muchos años para dejar las casas de sus padres. Comienzan experiencias de pareja sin asumir ocupaciones formales precisas, porque no se sabe como va a terminar. Antes de tener un hijo se necesita pensar bien, no se puede decidir superficialmente. Y si después no naciera sano? Y después seremos capaces de educarlo? Las condiciones sociales no son aquellos de alguna vez. ¿Quién lo educará? Y el tiempo pasa. Los padres llegan a los cuarenta años a si al fin se deciden es tener un hijo será imposible tener el segundo. Y siendo sus vidas ya fuertemente asentadas y con gran dificultad que poner en riesgo de dejar de lado al hijo y terminar por entregarlo a tantos productos comerciales y a tantos servicios públicos y privados que al afecto y a su felicidad.
En tiempo de crisis pide el cambio
En esta nuestra sociedad que parece incapaz de aventurarse también en un futuro próximo se vuelve fuerte y urgente la necesidad del cambio. Se tiene la clara sensación que las ofensas revueltas en estos últimos años en el ambiente podrían crear catástrofes en brevísimo plazo. Por primera vez se habla de transformaciones trágicas que podrían llegar durante nuestra vida misma, casi las tragedias, hayan abandonado los tiempos largos de las generaciones para asumir los tiempos cortos de la política. En pocos decenios el aumento de la temperatura atmosférica podría traer la desaparición de las ciudades costeras. En pocos decenios podrían terminarse las reservas energéticas. Pero hoy ya nuestras ciudades no logran soportar el número de automóviles que los circulan y deben inventar ridículos expedientes como aquellos de cenar por días alternados los autos con placas pares y aquellas con placas impares. Todos saben que el problema real es que se debería reducir drásticamente el número de autos para restituir el aire, el espacio y el silencio de quien vive en la ciudad (a partir de los niños, de nuestros hijos y nietos) pero nadie se arriesga hacerlo porque le haría perder el consenso, el poder, el puesto. Con vergüenza debemos reconocer que nos interesan más nuestros autos que nuestros hijos.
En este punto, cuando se toca fondo, es posible que surja una fuerte y urgente solicitud de cambio.
Y sobre este conflicto entre crisis y cambio que debemos preguntarnos quien es y quien podría para nosotros ser el niño hoy en día?
El niño entre revolución y profecía en la ciudad en tiempos de crisis
En tiempos de crisis surgen las revoluciones y los profetas y quizá son dos palabras distintas para indicar las mismas personas en momentos históricos distintos y en contextos culturales distintos.
El niño revolucionario. El subteniente Marcos, jefe de la resistencia indígena en el Chiapas, en México, escribe hablando de los indios. Si la humanidad tiene aún esperanza de sobrevivir, de volverse mejor, estas esperanzas están en los sacos formados por las excusas de aquellos en sobre número, por aquellos que se pueden deshacer de algo3. Y dice así hablando de los indios, porque los indígenas reivindican sus raíces, sus especificaciones, sus diferencias y desigualdades contra las leyes y las ilusiones de la globalización neoliberalista.
Los indígenas podrán salvar México porque no renuncian a su historia, porque puedan afrontar el futuro con la fuerza de quien tiene las raíces profundas en la cultura de los padres. Pero no todos tenemos indios en nuestros países. Quizá los indios del mundo son justo los niños. Los niños son indígenas en las propias familias, en las propias escuelas, en propias ciudades, porque sus exigencias no han cambiado con el cambio de la política de los consumos, nacidas con la globalización económica. Los niños poseen un gran potencial revolucionario que los adultos deben tener el coraje de reconocer y de iniciar la explosión o al contrario pueden continuar en ignorar y sofocar. Un poco como sucedió con los indígenas, los conquistadores blancos pueden matarlos o volverlos inofensivos encerrándolos en las reservas y embruteciéndolos con el alcohol y los bienes de consumo; o también pueden darle su palabra y recurrir a su sabiduría como está haciendo Marcos y su movimiento zapatista.
En tiempo de crisis salen los profetas. Santos se vuelven, por mérito propio, por el valor de las propias acciones por el heroísmo de las propias elecciones. Los santos merecen ser considerados como tales. Los profetas no. Los profetas se vuelven por llamadas de Dios, frecuentemente contra la propia voluntad.
El Profeta profetiza contra su misma voluntad, porque les viene pedido, porque viene obligado.
3Subteniente Marcos, la cuarta guerra mundial ha comenzado, publicado en Italia como suplemento al diario II Manifesto, Roma 1997, pp 43-44
El Profeta esta contra el rey, y contra el poder, porque se contrapone a aquello que es más típico del poder: su proyecto, su programa, sus certezas. Ni siquiera la utopía representa la petición del profeta, porque representa una alternativa posible. El profeta en cambio propone lo nuevo, la disponibilidad a lo nuevo, lo nuevo desconocido.
El Profeta surge en tiempo de crisis y pide el cambio, el cambio real y radical.
El Profeta denuncia, se indigna, no se avergüenza, no se justifica, porque aquella es inconsciente, involuntaria e irrenunciable misión.
El profeta no evita el conflicto, lo adquiere, lleva a la división, no propone pactos, no busca el consenso.
El rey y el pueblo se han puesto muchas veces de acuerdo para matar al profeta.
El niño profeta. Los niños llevan consigo el cambio, lo nuevo. Lo poseen sin saberlo, porque no tienen necesidad, no pueden renunciar a ello.
No hay necesidad de elegirlos a los niños, no se necesitan que sean listos o preparados, es suficiente que sean niños. Por esto para formar el consejo de los niños usamos el sorteo: los niños che hacen parte de ello no tienen méritos, son simplemente niños y todos los niños son portadores de novedad.
También los niños como los profetas, están contra el poder, contra el poder de quien los manda, la seguridad de los adultos que siempre saben que cosa está bien, que está mal, que cosa es cierta. Están contra la prepotencia de los automóviles, la agresividad de nuestra sociedad, que prefiere evitar los conflictos humillando a quien es distinto y haciendo la guerra a quien piensa distinto. El niño con su diversidad representa un conflicto.
Los niños son molestosos, fastidiosos, irreductibles, por esto los adultos, comprendidos los padres y los maestros, buscan matar a los niños: lo empujan desde su nacimiento a ser grandes, renunciando precozmente a aquella diversidad que les inculca miedo.
Exorcizamos la infancia educándola, cubriendo la novedad y la preocupación que trae consigo con las seguridades y con las costumbres adultas, con las comodidades, con los regalos y los bienes de consumo, con las meriendas, la televisión, los cursos de la tarde, el play station, los vestidos de marca. Los hacemos volverse lo más listos posibles como los adultos. La educación al consumo es la forma más grave de violencia y de corrupción.
En este tiempo de crisis frecuentemente la escuela se siente apagada para ser el lugar de homologación de la educación a los consumos, lugar de preparación de las competencias profesionales de cada uno de sus alumnos para que mañana puedan realizar la nueva sociedad de la cual tenemos necesidad. Pero la posibilidad que los niños puedan profetizar, como aquella de los indios, esta en las manos de los adultos. Ellos tienen la responsabilidad de darle la palabra a los niños o de regársela. De favorecer su propuesta – protesta o de impedirla.
Nosotros los adultos debemos prepararlos para ese futuro que no conocemos, este es el desafío y la contradicción de la educación.
Don Milani, el padre italiano que ha predicado toda su breve vida sobre la educación de los niños de las montañas rechazados por la escuela pública y que con sus muchachos escribió “Carta a una profesora” en la carta a los jueces escribe: La escuela está fuera de su área jurídica. El muchacho es de una parte nuestro inferior porque debe obedecernos y de otro lado es nuestro superior porque decretará mañana mejores leyes que las nuestras.
Y entonces el maestro debe ser cuanto pueda profeta, escudriñar las señales de los tiempos, adivinar de los ojos de los muchachos las cosas bellas que ellos verán claras mañana y que nosotros vemos pura confusión4.
4 La carta a los jueces es publicada en “La obediencia no es más una virtud”, Florencia, Librería Editorial Florentina, 1969, p.37. Traducción castellana
Defensa Armada o Defensa popular no violenta, Barcelona, Nova Terra, 1977
El adulto debe tener el coraje de cederle la palabra a los niños y de pedirle su ayuda, de la que tenemos necesidad, para orientarse realmente hacia el cambio.
Los niños pueden ayudarnos a cambiar las ciudades
Un Político pregunta a Filippo, un niño del Consejo de niños de Roma de 9 años: “¿Qué cosa pueden hacer ustedes los niños por la paz? La pregunta era banal y poco correcta; era evidente que los niños tienen poco que ver con nuestras guerras, no solo no tienen ninguna responsabilidad sino que no logran siquiera comprender como las personas adultas preparadas y poderosas puedan imaginar en hacer una cosa así tan estúpida como una guerra. Pero Filippo probablemente pensó como el pequeño príncipe son hechos así. No hay que molestarse. Los niños deben ser indulgentes con los grandes, y respondió al político: “Nosotros los niños no podemos hacer mucho por la paz, pero podemos ayudarlos en cambiar la ciudad. Efectivamente el 20 de noviembre del 2001, el alcalde de Roma, inaugurando el primer consejo de los niños de la ciudad había dicho: He querido este consejo porque tengo necesidad de sus consejos y de su ayuda. Sucede que los grandes se olvidan de cuando eran niños.
Desde hoy comencemos a trabajar juntos porque queremos cambiar la ciudad”5. Y desde entonces los niños tomaron muy en serio las palabras del alcalde y comenzaron a trabajar para ayudarlo a cambiar la ciudad.
Comenzaron a discutir entre ellos sobre aquello que no marcha bien en la ciudad, que hace difícil la vida de los niños, seguro que aquello que no van bien para los niños tampoco va bien para otros. A algunas de nuestras pregunta los niños del Consejo respondieron así:
Pueden tener los niños buenas ideas para cambiar la ciudad?
Si porque los niños saben las cosas que los grandes olvidaron de la infancia (Diego)
Si porque también los niños deben lograr vivir mejor en su propia ciudad (Federico)
Si porque los niños pueden tener más ideas y más sueños, al contrario de los adultos (Caterina)
Si porque con los ojos de los niños se puede ver todo (Alicia)
Si porque los niños saben las cosas importantes para vivir bien (Simone)
Si porque también si somos pequeños tenemos buenas ideas para cambiar la ciudad (Alessandro)
Aquello que piden los niños pueden funcionar bien para los grandes también?
Si porque los pedidos de los niños son pensados y no por causalidad (Xiang)
Si porque los niños tienen tantísima ideas para cambiar a los adultos (Jacobo)
Si porque a nosotros nos gusta vivir en una ciudad hecha también para los grandes, para compartirla. (Esmerald)
Si porque en la vida no existe solo el trabajo, también el ocio y la diversión (Federico)
No porque los grandes ven con otros ojos la ciudad (Alice)
No porque ellos querían otras calles y nosotros en cambio lo verde (Jessica)
5 La ciudad de Roma adhirió al proyecto “La ciudad de los niños” asumiendo el rol de ciudad pionera del proyecto. El proyecto internacional promovido y coordinado por el Instituto de Ciencia y Tecnología de la competencia del CNR. Adhirieron hasta hoy mas de sesenta ciudades italianas, algunas ciudades españolas y algunas grandes ciudades argentinas entre las cuales están Rosario y Buenos Aires. Para mayores informaciones sobre el proyecto se pueden consultar los libros: Tonucci F. La ciudad de los niños, Bari, Laterza, 1996, traducida: “La ciudad de los niños, Losada, Buenos Aires, 1996 y la Fundación Hernán Sánchez Ruiperez, Madrid, 1997; Tonucci F. Cuando los niños dicen: basta ya! Bari, Laterza, 1996, Traducción: ¡Cuando los niños dicen: basta ya!, Losada, Buenos Aires, 1996 y Fundación Hernán Sánchez Ruiperez, Madrid, 1997; y la página web: www.lacittadeibambini.org
Según ustedes el alcalde hará realmente aquello que ustedes le proponen?
Si porque nuestras pueden realmente cambiar la ciudad y se adaptan también a quién está peor que nosotros (Francesca)
Si porque se necesita de nuestra ayuda para ver la ciudad también con ojos de niño (Chiara)
Si porque tiene necesidad de la ayuda de los niños para hacer la ciudad más bella para todos (Simone)
Si porque sino no pediría el consejo de los niños (Angélica)
Las contribuciones de los niños para el cambio
En esta última parte de mi relación pondré algunos ejemplos de cómo los niños pueden contribuir con el cambio de la ciudad. Para hacerlo me referiré, como he comenzado ya a hacerlo, la experiencia de Roma a la cual yo y mi grupo de trabajo del CNR estamos dedicando la mayor parte de nuestro tiempo y de nuestras energías. Pero habría podido hablar de Fano, la ciudad donde este proyecto nació en 1991, de Rosario donde el proyecto tuvo un gran e importante desarrollo, pero de Rosario les hablaran los amigos argentinos que participan en este Congreso.
Debemos retomar el discurso interrumpido sobre el valor profético que los niños pueden jugar en el destino actual de nuestras ciudades. Se decía que por el efecto corruptor de nuestras propuestas educativas, de las propuestas televisivos, de la publicidad, las ideas, las palabras, los deseos, las necesidades de los niños son cubiertas, escondidas por las ideas y por las palabras que nosotros los adultos le metemos en las mentes de los niños.
Entonces es necesario prestar mucha atención porque si somos superficiales en el preguntar y en el parecer de los niños, arriesgamos de retomar nuestras ideas, nuestras opiniones y sostener luego que los niños piensan como nosotros. Por esto no basta proponer preguntas o cuestionarios o diseños. Para recavar lo nuevo que los niños esconden es necesario saber buscar, saber reconocer cuando aflora, proponerlo a todos los niños que ciertamente los reconocerán.
La contribución de los niños no vendrá de la mayoría. Serán siempre propuestas apenas señaladas, aparentemente banales, frecuentemente por los niños más tímidos y menos listos de la escuela, que más que los otros sufren las condiciones infantiles. El adulto debe saber escudriñar las señales de los tiempos, adivinar de los ojos de los muchachos las cosas bellas que ellos van a aclarar mañana y que nosotros vemos confusas, como decía Don Milani y las señales de los tiempos a veces son pocas palabras, que debemos saber interpretar, reconocer y valorar.
Las frases que he citado son de Federico y de Filippo, no son el fruto de una votación democrática pero han sido reconocidas por todos los niños del Consejo y se volvieron un estímulo al cambio para los administradores de Roma. Veamos ahora más atentamente tres propuestas de los niños de Roma y probemos a preguntarnos como podrían provocar reales cambios en la ciudad.
Pedimos a esta ciudad el permiso para salir de casa. La frase de Federico se volvió un tormento para el gobierno de la ciudad: ¿Cómo una gran ciudad puede dar el permiso para salir de casa a sus propios ciudadanos más pequeños? Ciertamente es fácil entender como una gran ciudad hace imposible no solo a los niños sino también a los ancianos, a los impedidos físicos y a los que los llevan, salir de casa. Es suficiente que el tráfico haga la calle inecruzable, que los automovilistas no respeten la preferencia de los peatones sobre los pasajes peatonales, que las veredas sean ocupadas por las mercancías sucias y mal mantenidas. Una señora anciana de Roma hace muchos meses no sale de casa porque el semáforo verde no dura mucho como para permitirle cruzar la calle. Y de otras partes es evidente que una ciudad democrática no debería soportar una parte importante de sus ciudadanos no puedan gozar de uno de los derechos más elementales de la ciudadanía el de moverse libremente en la propia ciudad.
Pero hay más. Si en una ciudad desaparecen los niños de las calles esa ciudad será siempre peor, más peligrosa y menos acogedora. Los automovilistas podrán sentirse dueños absolutos y por consecuencia renunciar a cada respeto. Los vecinos no deberán preocuparse de nada. Estas son las mejores condiciones porque el clima social empeore siempre más. La presencia de los niños reconstruye en cambio condiciones de moderación para el tráfico, de preocupación y de solidaridad con los prójimos. Estas son esperanzas verificadas mas veces en la ciudad de nuestra red que experimentan la propuesta “A la escuela vamos solos”. Una verificación de gran interés nos viene desde Buenos Aires y de algunos municipios de su grande área metropolitana donde, para mejorar las condiciones de seguridad de los niños en el curso casa-escuela, en lugar de pedir mayor defensa y más policías se pidió la participación y la solidaridad de los negociantes, de los vecinos y de los ancianos. Los casos de criminalidad urbana bajaron mas del 50%. Los niños de roma pidieron a los gobernantes de hacer respetar la preferencia de los peatones sobre los pasos peatonales, de cuidar las veredas, de poner en marcha una política a favor de los peatones. De parte de ellos los niños han lanzado una campaña por reeducar a sus padres y a sus vecinos de casa usando las multas morales y haciendo una obra personal de convencimiento. Los políticos se comprometieron 15,000 niños han participado en esta campaña. El verdadero problema es si los políticos querrán aprovechar la ayuda y la contribución de los niños para promover un cambio real en las costumbres de los ciudadanos, aún cuando costara críticas y quizás votos.
No tenemos tiempo para jugar. Afrontando el tema del juego los niños del Consejo de Roma denunciaron a sus profesores como los dos artículos de la Convención de los Derechos de la Infancia 28 (derecho a la educación) y 31 (derecho al juego) no tienen iguales reconocimiento y respeto. Frecuentemente los niños no logran jugar porque tienen muchas tareas para casa, mientras que no ir a la escuela no es posible o no hacer las tareas porque no se ha podido jugar lo suficiente.
Si se tuviese debía cuenta que gran importancia tienen el juego en el desarrollo de la mujer y del hombre, no se haría ironía sobre esta propuesta de los niños. Si fuésemos adultos responsables y tuviésemos cuenta del hecho que quién ha podido jugar bien y bastante de niño será después un adulto mejor, más sano, más sereno y productivo, no solo entenderemos a los niños sino que pretendemos que el juego sea considerado, exactamente como la escuela, no solo un derecho sino también un deber. En su carta, enviada a todos los profesores de escuela elemental de Roma, los niños pedían de no tener tareas para la casa, ni para el fin de semana, ni para vacaciones y proponían ser dejados libres, eventualmente, de hacer cosas que a ellos les gusta, sin ser obligados.
Hasta ahora la escuela no ha respondido, quizá se sintió ofendida por esta intromisión de los niños, pero esto es verdaderamente desconcertante. El artículo 12 de la Convención vale también para la escuela y también en la escuela los niños tienen derecho de expresar su parecer cuando se toman decisiones que los atañen y ciertamente las tareas y el juego les atañen. Pero el artículo 12 prosigue diciendo: “Las opiniones de los niños son tomadas en cuenta en el contexto justo, pero la escuela no ha respondido.
No tenemos espacio para jugar. Se ha dicho del artículo 6 del Reglamento de la Policía urbana de la ciudad de Roma, de cómo los niños lo contestaron y de cómo fue modificado. Antes del juego era prohibido en los lugares públicos, ahora la Comuna favorece el juego. El cambio es significativo y comprometedor para los administradores romanos, pero que cosa cambiará realmente en la vida de los niños de Roma? Con los niños del Consejo apenas sabido de la aprobación por parte del Consejo comunal del nuevo artículo 6 transferimos el consejo a una plaza de la ciudad y organizamos una acción de guerrilla urbana. Naturalmente absolutamente pacifica. Los niños ocuparon los espacios públicos de la plaza (área central y veredas) sin disturbar el tráfico y los utilizaron para jugar. Diseñaron sobre las veredas, hicieron juegos colectivos, hicieron participar a la pareja olvidada sobre sillas de ruedas, hicieron entrevistas a los transeúntes y distribuyeron volantes para hacer conocer a las personas su victoria. Las personas estaban contentas de ver a los niños por la calle. Los niños, después de pocos minutos y no obstante que la plaza fuese para ellos completamente desconocida, jugaron como si aquello fuese su lugar habitual de juego diario. Estaban los políticos y los periodistas. Pero ciertamente hay aún mucho que hacer porque el derecho al juego que el alcalde se comprometió en favorecer, se transforme en una posibilidad real y cotidiana para todos los niños romanos.
Tenemos el coraje de armar a los niños
Los niños nos envían mensajes claros, iluminados. Nos dicen: Hágannos salir de casa, hágannos recorrer y utilizar los espacios públicos de la ciudad; hagan de modo que los espacios sean públicos, esto es de todos no nos encierren en espacios separados; déjennos que les demos fastidio, porque tienen necesidad de ello, si nosotros podremos salir de casa, podrán salir con nosotros también y con nuestros abuelos y también con nuestros amigos más desafortunados que no pueden caminar, que no nos ven, que no nos escuchan. Si en la ciudad habrá todo este movimiento, toda esta vida, habrán menos automóviles, estaremos todos mejor.
Hacer esto no es fácil. Los adultos buscarán en todo caso de defender los privilegios que obtuvieron y que prepotentemente consideran derechos. Pero si llamaremos a los niños a trabajar con nosotros, como hizo el alcalde de Roma, como hizo el alcalde de Rosario y los otros alcaldes de la red, quizá alguna esperanza más podamos tener. Es distinto para un alcalde decirle a sus conciudadanos: “debemos cambiar nuestros hábitos porque nos lo pide la búsqueda científica o los ambientalistas o poder decir: “debemos cambiar porque nos lo piden nuestros hijos.
Si esta es la elección entonces debemos dejar de defendemos y proteger a los niños. Debemos tener el coraje de amarlos, de entregarles el arma de la palabra, de la protesta, de la propuesta y aceptar escucharlos y tener en cuenta su pensamiento. Aceptar el conflicto que los niños suscitan con respecto a nosotros los adultos será fértil para una prospectiva de desarrollo sostenible de nuestra sociedad para introducir una esperanza de felicidad en los programas del gobierno.
Una mamá dice: “El fruto de las solicitaciones de mi hijo fue sorprendente: me pare sobre el paso peatonal y mire, por primera vez, frente a mí las personas que cruzaban la calle considerándolas personas y no fastidiosos estorbos en mi camino. Me sentí orgullosa cuando me paraban sobre los pasos peatonales y un gusano cuando no me paraba. Probé una emoción formidable: mi hijo me estaba enseñando algo y este algo había cambiado mi comportamiento”
Cierro con una viñeta que abre mi libro “La ciudad de los niños” y que me parece bien ilustrados el significado de la presencia de los niños en nuestra sociedad: Unos niños están jugando en la pista, detrás de un caballete de trabajos en curso y de un cartel que advierte: Disculpen la molestia, estamos jugando para ustedes”.
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