…Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría…
(Jn 16,16-20)
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¿Desmesuras la importancia de cada cosa, por pequeña que sea?
¿Asuntos mínimos te roban el buen humor?
Piensa si acaso no tendrá algo que ver con eso una mínima -pero suficiente- falta de fe.
Estas preguntas y la posterior afirmación, extraídas del libro de Fulgencio Espa (Pascua, vívela con Él)
que me acompaña desde el primer día de este tiempo litúrgico, me sirven
hoy como broche a la idea que hoy traigo para compartir contigo.
Quien se sabe criatura de Dios -comenta el autor- solo se toma una cosa en serio, el mismo Dios. El resto es todo muy relativo.
Piénsalo. Nada es demasiado importante si en medio de todo está Dios.
Ocurre en demasiadas ocasiones que somos nosotros los que queremos tomar el control, asumir el puesto de Dios y nos echamos encima todas sus preocupaciones.
Nosotros, al ocupar el lugar que le corresponde a Dios, tenemos que prestar atención a cosas que no debemos -o que no nos corresponden- y no pueden caer bajo nuestra decisión y gobierno.
Tendemos a controlar todo, a querer estén todas las cosas bajo nuestra supervisión, y por ello, ni confiamos ni descansamos.
Deberíamos esmerarnos más en adorar verdaderamente a Dios, no usurparle el puesto.
Confiar en Él. Repetir en el interior del alma y en la conciencia “creo que Tú eres Dios”… y aprender a reírnos de casi todo.
…
Hoy te traigo una nueva entrega de las que hasta Pentecostés quiero compartir contigo para conocer mejor al Espíritu Santo.
Se trata de conocer cómo actúa el Espíritu de la Verdad en nosotros.
En el Evangelio de hoy Jesús nos dice: “estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”.
Efectivamente, la acción consoladora
del Espíritu Santo en nosotros es la fundamental para nuestro
desarrollo espiritual y humano. Por ello, en nuestro castillo, el hueco del alma que dejamos para que Cristo habite en nosotros, la primera de las estancias va a ser para el Espíritu Santo consolador.
¿Cómo actúa el Espíritu de Cristo que habita en nosotros para devolvernos la alegría?
Consolando, secando lágrimas, arrancando los cardos y las ortigas del desaliento, tristeza y amargura.
Uno de sus mejores oficios -lo sabe hacer
muy bien- es consolar, por fortuna para nosotros que somos bastante
llorones y necesitamos algo más que Kleenex para nuestros ratos de
tristeza.
Cuando lleguen los momentos más penosos
en los que llorar es poco, cuando la crisis nos agarre por el cuello y
nos zarandee, acudir a quien quiere y puede consolarnos.
Nosotros podemos decir: aquí me agarro a
la realidad más radiante que vivimos los cristianos y, por tanto, adiós
soledad, adiós tristeza, adiós lágrimas.
Arrancarnos la tristeza peor, la de la separación de Dios, la de la infidelidad.
Alegrarnos inmensamente de haber sido hechos hijos de Dios, alegrarnos de que nuestros nombres están escritos en el cielo, vivir con alegría diaria contagiosa, alegría en el dolor, en la enfermedad, alegría en las buenas y en las malas.
Espíritu
Santo, haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo
alegre, que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir a los
otros así también.
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